No contento con lo anterior, años después, armado
de las mismas escopetas, o sea, su voz y su guitarra, y con los mismos bemoles
de antaño, se atrevió a criticar a otra hermanita de la caridad, Augusto
Pinochet: “Usted no puede entrar en Chile”. He ahí de nuevo el fascista Serrat.
Eso por una parte.
Vayamos con la otra. Difícil, si no
imposible, sería encontrar a un artista que haya dado al mundo de habla hispana,
y catalana (500 millones de personas no son ninguna tontería) una obra tan
inmensa, tan fabulosa, tan bella como la de Serrat. Sólo con eso, ya sería suficiente
para perdonarle alguna tontería, tal que hacemos con Sabina (ego te absolvo,
Joaquín), un suponer, sus risas con Fidel Castro, tan amigo que fuera de
fusilar enemigos. Pero es que a este tío, me refiero a Serrat, no hay por dónde
cogerlo. Jamás ha dicho una palabra sin fundamento. En resumidas cuentas, no
conozco en el mundo de los artistas a una persona más sensata, más coherente,
más sencilla que Serrat. Y más honrada: “Yo pago todos mis impuestos en
España”. Pues bien, los locos de “disonancia” van y le llaman fascista, mal
rayo les parta.
Y hablando de rayos. Es tal la indignación
que me embarga, que ganas me dan de hacerme judío. Es que si yo fuese judío, es
decir, de los del Antiguo Testamento (el Dios de los cristianos es un buenazo),
ahora mismo le pediría a Yavhé con todas mis fuerzas que soltase un chorro de
fuego y azufre, como en Sodoma y Gomorra, sobre las cabezas de los que han
llamado fascista a Serrat. Seguro estoy de que algo caería. (Me lo voy a
pensar. Einstein era de familia judía y no le fue muy mal del todo.)