Ir al contenido principal

EL PACTO DE LA CORONA

 "Así que ya están ustedes cambiando la Constitución si quieren que Cataluña siga teniendo alguna mínima relación con el resto de España". ¿Les suena de algo? En efecto: así acababa yo mi artículo de hace tres semanas. Se imaginarán ustedes cómo me quedé cuando el otro día me encuentro con que "Pedro Sánchez apoya al gobierno en la aplicación del 155, pero le arranca negociar la reforma de la Constitución". ¿Información privilegiada? Calla, mujer: intuición "privilegiada". Pero no hay que ser muy listo para llegar a semejante conclusión. Lo de Catalunya, o sea, Cataluña, es la crónica de una desconexión largamente iniciada: desde que se hiciera cargo del cortijo don Jordi, ya saben, el tío más malo de España. O sea, que la cosa viene de muy lejos. Desde que Alfonso Guerra dijera "vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol" (por lo de Banca Catalana) y no lo metieron. ¿Que para qué va a servir la reforma? Muy sencillo: para dejar a Cataluña unida a España por un pelo. ¿Y cuál es ese pelo? La Corona. Con lo cual, se habrá salido con las suyas el otro hombre malo, perverso, Arzallus, que hace años habló del "Pacto de la Corona", como nexo único entre las tierras y los pueblos de España. La cosa no va ser fácil, luego del discurso de don Felipe, pero al final lo acabarán aceptando. Más que nada por razones estéticas. Yo, catalán independentista, lo aceptaría con los ojos cerrados: sólo pensar en Puigdemont como Jefe de Estado, se me pondrían los pelos de punta. Es que no hay color. ¿O sí?
 ¿Ustedes creen que servirá para mucho tiempo la 'reformita' constitucional? Qué va hombre, qué va. En media docena de años volverán a la dar tabarra con la República Catalana: el proceso de envenenamiento antiespañol no hay dios (dios cósmico, al estilo de Juan Ramón), que sea capaz de detenerlo y mucho menos de revertirlo. Para muestra, tres botones.
   La primera. Visitando, verano 2000, las ruinas de Olimpia, vi con estupefacción cómo la abuela le iba traduciendo a su nieto al catalán las explicaciones que el guía nos iba dando en perfecto castellano.
  La segunda. "¿Cómo dices que le han puesto al niño?", preguntéle a la abuela, emigrada, tiempo ha, a Cataluña. "Mar, le han puesto Mar", me contestó. "¿Pero ése no es un nombre de niña?". "No sé. Así le han puesto sus padres". Luego me enteré de que el nombre verdadero era Marc. Mimesis se llama esa figura: hacerse catalán para que te perdonen el origen.
  La tercera en la frente, de buena fuente. Este verano, en un pueblo de nuestra geografía, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente, los nietos de los emigrantes no podían jugar con los niños del lugar porque no se entendían: los niños veraneantes sólo sabían expresarse en catalán. Para echarse a llorar.
   En fin, que viendo la que se nos vendría encima con la independencia de Cataluña (la Europa de noventa Estados que no quiere Juncker), es de esperar que en esos seis o siete años los mandamases europeos se den cuenta de una puñetera vez de que la solución al 'carajal' independentista pasa por la creación, ya, de los EEUU de Europa.
  Ortega y yo somos así, señora. He dicho.

Entradas populares de este blog

MUFACE Y LA MINISTRA IGNORANTE

Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...

Dos soles y cuatro lunas

  Pasado mañana, a las doce en punto de la noche, despediremos un año, y un instante después, estrenaremos uno nuevo. Y la Tierra, que es la madre del cordero, sin enterarse de la misa la media. ¿Por qué digo esto? Hombre, está muy claro. ¿Qué es un año? Un año, lo saben muy bien los niños, es el tiempo que pasa entre los regalos de un cumple y los del cumple siguiente. Aniversarios infantiles aparte, un año, como es sabido, es una medida astronómica: el tiempo que la Tierra tarda en completar una vuelta alrededor del Sol, a la módica velocidad de 108.000 km por hora, con lo que dónde coños estaremos cuando acabe de escribir esta columna. (Si a eso le añadimos que el Sol se está moviendo a una velocidad infernal, en derredor del centro de la galaxia, la Vía Láctea, y que nuestra galaxia se aleja como un rayo de las galaxias vecinas, ya tenemos el lío montado. Ah, se me olvidaba decir que la Tierra también gira sobre sí misma. Con todo ese jaleo de movimientos, no me extraña nad...

DE LOS ALERTEROS Y LOS POLÍTICOS

Se han pasado el verano acojonando al personal con alertas por la caló (les gusta más una alerta roja que a un tonto una tiza), y para una vez que han podido lucirse, la DANA valenciana, ha pasado como en el cuento del lobo. Me refiero a los saltimbanquis/as que han convertido una ciencia, la meteorología, en un espectáculo circense, que lo único que les falta es comenzar sus intervenciones como aquellos genios que hubo: “¿Cómo están ustedeeees?” Tendrían que aprender del profesor Jorge Olcina (COPE) y de José Miguel Viñas (Rne), o de Mario Picazo, físicos todos, unos señores que tratan la meteorología con un rigor y una seriedad que da gusto, no como esa pandilla de histriones/as, ya digo, que parece que fueran ellos los hacedores del clima. Así les ha lucido el pelo con la “DANA más catastrófica del siglo”, que es como titulan ‘los otros’ a todas horas, tal que si estuviéramos ya en el 2099. Dice José Antonio Maldonado, físico también, que no entiende por qué se tard...