El acontecimiento fue ‘antier’ noche (un
respeto: ‘antier’ lo usa Antonio Burgos), en Cáceres, palacio de congresos.
¿Como cuántas veces creen ustedes que he escuchado “El Mesías”? En efecto,
incontables. O sea, que dicha obra ocupa un sitio preeminente en mi memoria: en
el ‘conectoma’, que es por donde van las investigaciones ahora. Cuando eso
sucede, cuando ya se tiene una música grabada en la cabeza, al escuchar una
nueva interpretación de la misma, de forma instantánea se produce la
comparación. Siempre. En usted, en mí, en todos: nada más entrar en mi consulta
un joven músico, sonando que estaba el “Impromptus” de Schubert, esa cumbre de
la sensibilidad humana, me preguntó: ¿el
pianista no será Wilhelm Kempff? No tengo el gusto. Buscamos en la funda del
disco, vinilo, y allí estaba, desde hacía veintitantos años, Wilhelm Kempff, célebre
pianista y compositor alemán que fuera. La memoria y sus comparaciones, ya
digo.
Pues bien, llegados a este momento, tengo
que decirles con absoluta rotundidad que lo de la otra noche resiste muy
dignamente la comparación con “El Mesías” tantas veces escuchado. Y sobre todo,
los coros de los aficionados. Como se lo cuanto. Que la Orquesta de
Extremadura, que el Coro de Cámara de Extremadura, que las estrellas invitadas
(la soprano, la contralto, el tenor y el bajo), bajo la dirección de otro
profesional curtido en mil batallas, Jon Malaxetxebarría se llama, alcanzasen
un nivel vienés, entra dentro de la lógica. Pero que dos centenares y medio de
aficionados (amateurs queda más moderno) de nuestra tierra, de Extremadura,
oiga, sonasen como ángeles, es algo que jamás me pude imaginar. Y además, con
sorpresa.
Uno llegó al lugar sin saber lo que se iba a
encontrar, o sea, sin tener ni barruntos de qué fuera eso de “El Mesías
participativo”. A mí me habían dicho que cantaban los coros de Cáceres, pero yo
no veía a otros cantantes que los del escenario. Cuando en esto que, bien
avanzada la obra, de súbito, desde los altos graderíos laterales, se incorporan
a la fiesta cientos de voces alemanas, y digo alemanas porque en nada, lo que
se dicen en nada, desmerecían de las que estoy escuchando mientras escribo. Qué
maravilla, oiga. Luego me enteraría de que los coros no eran sólo de Cáceres
(ya me extrañaba a mí semejante multitud), sino de toda la región: de Cáceres,
de Plasencia, de Malpartida de Plasencia, de Llerena, de Mérida. Lo cual,
aumentó mi contento, sí, y mi autoestima como extremeño.
A alguno le podrá parecer una exageración lo
anterior, pero cada uno cuenta la feria como le va, y ahora, el que la cuenta
soy yo. Uno, que ha viajado alguna cosita, había vivido siempre con la impresión
de que el problema de Extremadura no era de paisaje (un paraíso), sino de
paisanaje. Pues bien, después de lo del viernes, soy un extremeño nuevo. No voy
a decir esa ridiculez del cine americano de que me siento orgulloso y otras
bobadas por el estilo, pero sí que, visto lo visto, podemos hacer lo que hacen los
demás. ¡Coño, que unos aficionados de aquí cantaron anoche como alemanes
profesionales!
Así
que manos a la obra. Ya estamos empezando la autovía Cáceres-Badajoz
Ah, y mi sincero agradecimiento a la Caixa,
entidad que propicia estos eventos.