El presidente del Perú, don Pedro Pablo (no me
atrevo con el apellido), acaba de indultar por razones humanitarias (cáncer de
lengua), o sea, por razones políticas, a uno de los tíos más perversos del
mundo: Alberto Fujimori. ¿Más perverso que el Charles Manson ése que murió hace
unos días en prisión? Mucho más. Desde entonces, miles de personas salen a las
calles, protestando la decisión. Nada más enterarme, se me vino a las mientes el
Artículo 60 de mis tiempos mozos, años 80, siglo pasado, claro, cuando uno fuera
médico de la Institución Penitenciaria (Prisión de Jóvenes). Dicho artículo, aunque
con otra numeración, 196.2, continúa vivo, y trata de la libertad para enfermos
graves e incurables.
Lo conté en
su tiempo: me cabe la satisfacción de haber puesto en la calle (con el permiso
del juez de Vigilancia Penitenciaria, claro) a un buen puñado de jóvenes con
“enfermedad grave e incurable”. En efecto, en cuanto uno de ellos, portador del
virus del sida, comenzaba a tener el menor atisbo de la enfermedad, me faltaba
tiempo para solicitar su puesta en libertad. Les recuerdo que por entonces no
había tratamiento alguno: los antirretrovirales no habían sido descubiertos aún.
¿Les hubiera parecido bonito ver salir cada dos por tres el furgón funerario de
la prisión?
Sí, ya sé que
no se pueden comparar los delitos del peruano, de lesa humanidad, con los de
nuestros jóvenes toxicómanos, pero a la hora de la verdad, tienen una cosa en
común: la enfermedad grave e incurable (insisto, entonces, para el sida no
había curación).
Desde que leyera
“El pez en el agua”, de don Mario Vargas, que se ha puesto como una pantera
ante el indulto, nada de lo que vino después me extrañó: Fujimori es uno de los
tíos más canallas que ha dado la especie: no es un inmoral, es un amoral. Es
decir, uno de esos individuos a los que no se le pone nada por delante: si
tienen que matar, matan sin escrúpulo alguno. Y Fujimuri mató mucho. (Aunque el
fin no justifique los medios, matando mucho, acabó con sus ‘primos’ de Sendero
Luminoso, grupo liderado por el Charles Manson peruano, que durante una década
larga mantuvieron aterrorizado al país.) Dicho lo cual, ¿ustedes creen que la
sociedad peruana ganaría algo manteniendo en prisión a un octogenario enfermo
de cáncer, por muy horrendos que hayan sido sus crímenes? Me da a mí que no. Uno
tiene la sensación de que, llegados a este punto, la condena tiene más de venganza
que de justicia, y les recuerdo que el catecismo escolar decía que la venganza
era una cosa muy fea.
Uno cree que
el Estado de Derecho Peruano ya hizo su hercúlea labor al sentar en el
banquillo al sátrapa y, luego de un juicio justo, condenarlo a muchos años de
prisión. Grandeza institucional se llama esa figura. Hoy, la puesta en libertad
del reo, anciano y canceroso (¿les parece poca condena el cáncer?), no resta ni
un ápice de tamaña grandeza, sino todo lo contrario, a mi amado Perú.
La justicia
norteamericana ha mantenido en prisión hasta su muerte, por cáncer, al
repugnante Charles Manson. En España, fue puesto en libertad, por cáncer
asimismo, el miserable carcelero de Ortega Lara: el tal Bolinaga. ¿Es acaso más
digna la justicia norteamericana que la nuestra? Vamos anda.
Post scrimptum:
si la justicia peruana hubiese tenido algo parecido al Artículo 60, la libertad
del sátrapa enfermo la habrían decretado los jueces, con lo cual, no hubiese
sido ‘necesario’ el indulto presidencial, no sé si me entienden.