Con el fin de que supieran lo que es el
ejercicio de la medicina “de verdad”, un eminentísimo profesor de Salamanca
recomendaba a sus discípulos la conveniencia de que pasasen una temporadita de
médico en un pueblo. Y así lo hicieran casi todos. Pues bien, uno de aquellos
aventajados discípulos, vuelto ya al redil de la facultad, nos contó su más
dramática experiencia como médico rural: no pasaba una semana sin que, de
madrugada, tuviera que tirarse a toda prisa de la cama en busca del libro de
ginecología, absolutamente convencido de que le habían dado el título sin haber
aprobado dicha asignatura. Pues bien, quién me iba a decir a mí que aquello mismo
me habría de suceder muchas noches a lo largo de mi ejercicio profesional, pero
con un grave agravante: yo estaba ejerciendo sin haber aprobado la fisiología,
asignatura preclínica, sin la cual era imposible pasar al segundo ciclo de la
carrera: de tercero en adelante. ¡Pero cómo voy a tener suspensa la fisiología,
si llevo muchos años de médico!, me decía yo a mí mismo en los pegajosos razonamientos
del sueño. Hasta que el insoportable desasosiego lograba despertarme. Qué
alivio tan grande, Dios mío.
No llevaría yo dos años libre de tan ‘fisiológica’
y recidivante pesadilla, cuando hace unos días, noches más bien, fui atacado de
nuevo, pero esta vez por un motivo diferente: ¡No tengo ningún máster! Total, que
en plena madrugada, más corto que perezoso, ante la sorpresa de mi mujer,
adónde vas a la calle en pijama, salí corriendo de casa y en la primera oficina
que me encontré, previo pago de un ojo (lo de la cara ya se supone), me
matriculé en el primer máster que me ofrecieron: no, en la UEX no se imparte,
que yo sepa, un máster sobre materia sexual, de esos que promueve, también, el recién
fulminado director del máster de Cristina Cifuentes (el de Cristina no tiene
nada que ver con el sexo), por haber arrastrado por el fango el otrora
prestigioso nombre de la universidad.
Uno, en fin, asediado por el entorno, también
ha sido víctima de la ‘masteritis’ (nada que ver con la mastitis). Es tal la
inflación, saturación, exaltación, exultación de dicha titulación, máster de
esto por aquí, máster de lo otro por acullá, máster de Cristina a todas horas, ¡sexta
edición de Máster Chef!, que uno ha llegado a tener complejo de universitario
cateto, paleto, pueblerino, al no tener un máster que llevarse a la boca. Pero
hombre, si hasta Gimena, la novia de Sabina, ese genio que lo tiene todo
escrito, “tiene un máster en desengaños”. La ‘masteritis’ rampante, ya digo,
por la cual, como Cristina, he sido atropellado. Y eso, a pesar de que la cosa
siempre me pareció un titulillo menor, por lo que se verá a continuación.
En efecto: la primera vez que escucho dicha
palabra es en referencia a unos muñecos de mi hijo, que por entonces, años
ochenta, anunciaban mucho en televisión: los másters del universo, de Johnson
and Johnson. Más tarde, sería en relación con Severiano Ballesteros, golfista
excepcional, que había ganado un máster, o dos, o tres. Y así, cuando mi hijo,
acabada la carrera, nos dice que tiene que hacer un máster, le respondí: “¿Del
universo?”. Ay, Cristina, en qué jardín me has metido.