Lo escribí tiempo ha. A quién se le ocurre
concederle el título de reina a la esposa del rey. Es que somos más papistas
que el papa de Roma. ¿Es rey acaso Felipe de Edimburgo? ¿Lo fue el marido
recién muerto de la reina de Dinamarca? Vamos anda. ¿La tradición? Qué
tradición ni qué leches. Franco se pasó la tradición monárquica por el arco de
la Victoria y no pasó nada. ¿Cuándo? Cuando se saltó la línea sucesoria secular
y nombró rey a Juan Carlos en lugar de al tarambana de don Juan. Pues nada,
nosotros, más chulos que nadie: hala, título de reina. Así pasa lo que pasa.
Si es que no piensan en ‘na’. Imaginemos que
se sale con las suyas el marujón-patrón, ¿quién va a ser?, Jaime Peñafiel, y el
vídeo de la catedral de Palma acaba en divorcio. Qué pasaría con doña Letizia:
¿seguiría ostentando el título de reina, o sería desposeída del mismo, como
hacen en las películas con los militares a los que arrancan los galones para degradarlos?
En el primero de los casos, si don Felipe volviera a casarse, ¿sería reina su
nueva esposa? Santo cielo, de esa guisa, podríamos llegar a tener más reinas
que una baraja feminista: les recuerdo que a don Juan Carlos le faltó poco para
casarse con Corinna.
Ítem más: qué vergüenza, dice todo el mundo,
dos reinas a la greña. ¿Hubiese tenido la misma relevancia la riña catedralicia
de haber sucedido entre princesas? Ni hablar. Yo no quiero decir que hubiese
sido algo parecido a cuando, de muchacho, dos vecinas acababan tirándose de los
pelos, pero el escándalo no hubiera llegado a semejantes límites.
Abundando en la cuestión, de no ser
modificada la norma, si la princesa Leonor llegase a reinar, su esposo llevaría
el título de rey. En ese caso, permítanme que eche mi cuarto a espadas. Hubo un
tiempo en que me ilusioné con ser abuelo de rey (me lo recordaba de vez en
cuando Antonio Vázquez, aquel caballero de la política que hubo). Me explico:
si don Felipe se casó con una Ortiz, ¿por qué doña Leonor no podría hacer lo
mismo con otro Ortiz, mi nieto Álvaro, un año mayor que ella? Más de uno estará
pensando lo mismo que Jaime Peñafiel: que al no ser mi nieto de sangre real,
como doña Letizia, el día menos pensado podría montar un número como el de la
catedral mallorquina. Para eso tengo yo una solución: ¡un máster! No como el de
Cristina Cifuentes, sino de verdad. Si hoy te piden dicho titulillo para
cualquier fruslería, con mucha más razón debería exigirse al prometido de la
futura reina por cuyas venas no circule sangre azulada, mi nieto, no así doña
Sofía, claro, que todo el mundo se asusta cuando le hacen un análisis: por el
color y la frialdad de su sangre. “Máster Regio” se llamaría.
Doña Letizia, en fin, fue una bella y buenísima
periodista, pero, a lo que se ve, le faltaba un máster para el oficio de reina.
En lo que a mi nieto respecta, ustedes tranquilos: ya me encargaré yo de
ahorrar para pagárselo, que seguro estoy de que valdrá un potosí. Como hubiera
dicho el francés en semejante ocasión, “La Zarzuela bien vale un buen máster”.