Que Bruselas quiere acabar con los cambios de la hora. Han hecho una encuesta multimillonaria y el resultado no ha podido ser más demoledor: el 80% de los preguntados está en contra de los cambios horarios, el 90 entre los españoles, yo uno de ellos.
Muchos, muchísimos años antes de que existiera la especie humana, qué digo la especie humana, el más elemental de los seres vivos, ya existían el día y la noche. No creo que haga falta insistir en que han sido las criaturas, excepto las que viven en las profundidades abisales, claro, los que han adaptado su biología al ritmo día/noche, empezando por las plantas, que durante el día realizan el milagro de la fotosíntesis y por la noche respiran parte del oxígeno que han producido por el día. Permítanme otro precioso ejemplo de adaptación: ¿usted cómo ve mejor, por el día o por la noche? Pues claro. ¿Y por qué? Porque al cabo de miles de milenios de evolución, las ventanas del cerebro, los ojos, han desarrollado unas terminaciones nerviosas que se estimulan en función de la radiaciones diurnas más abundantes, las del espectro visible, que por algo se llaman así. Por eso, de noche vemos menos que un gato de yeso: no porque no haya radiaciones, sino porque la retina no es capaz de captar las radiaciones infrarrojas, que son las que abundan en la oscuridad. En resumidas cuentas, toda nuestra biología gira en función del giro de la Tierra sobre sí misma, el ritmo circadiano para entendernos, que existe mucho antes de que dicho giro fuese dividido en 24 partes, en tiempos de los sumerios, lo más seguro.
Otro ejemplo. ¿Ustedes creen que el denisovano ése que preñó a la joven neanderthal (se sabe que la muchacha, encantadísima, dijo sí, lo que ha librado al mozo de una condena mediática segura), necesitaba despertador para salir a cazar cada mañana? Anda ya. En cuanto que los primeros rayos empezaban a entrar en la gruta, nuestro hombre ya estaba desperezándose y quitándose las legañas. ¿Por qué? Porque ya andaban bajo mínimos sus niveles de melatonina, que es la hormona encargada de regular el sueño, y cuya síntesis depende del ritmo circadiano: día/noche, luz/oscuridad. Dicho de otra manera: llevamos consigo un reloj biológico que se puso en hora desde los albores de los tiempos. Pues bien, de la noche a la mañana, como si de un reloj mecánico se tratase, llegan los mercaderes de Bruselas y, en aras de unas monedas de ahorro, deciden violentar, dos veces al año, un reloj cuya sincronía está en función de los movimientos de un planeta, ahí es nada. Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen: no conocen ni les importa, la perturbación biológica que dicha aberración conlleva. Y todo por un puñado de euros. Fíjense si es cierto lo que supone violentar la cronobiología que ("apunta, que esto es bueno", decía un gran profesor de Salamanca) el Concilio Vaticano II, habiendo tenido conocimiento de que entre los monjes cartujos la frecuencia de la enfermedad coronaria era mucho más frecuente que en el resto de los conventos, decidió cargarse de un plumazo la torturadora regla que los obligaba a no dormir más de dos horas seguidas. Para que aprendáis, comerciantes, so ignorantes.
Muchos, muchísimos años antes de que existiera la especie humana, qué digo la especie humana, el más elemental de los seres vivos, ya existían el día y la noche. No creo que haga falta insistir en que han sido las criaturas, excepto las que viven en las profundidades abisales, claro, los que han adaptado su biología al ritmo día/noche, empezando por las plantas, que durante el día realizan el milagro de la fotosíntesis y por la noche respiran parte del oxígeno que han producido por el día. Permítanme otro precioso ejemplo de adaptación: ¿usted cómo ve mejor, por el día o por la noche? Pues claro. ¿Y por qué? Porque al cabo de miles de milenios de evolución, las ventanas del cerebro, los ojos, han desarrollado unas terminaciones nerviosas que se estimulan en función de la radiaciones diurnas más abundantes, las del espectro visible, que por algo se llaman así. Por eso, de noche vemos menos que un gato de yeso: no porque no haya radiaciones, sino porque la retina no es capaz de captar las radiaciones infrarrojas, que son las que abundan en la oscuridad. En resumidas cuentas, toda nuestra biología gira en función del giro de la Tierra sobre sí misma, el ritmo circadiano para entendernos, que existe mucho antes de que dicho giro fuese dividido en 24 partes, en tiempos de los sumerios, lo más seguro.
Otro ejemplo. ¿Ustedes creen que el denisovano ése que preñó a la joven neanderthal (se sabe que la muchacha, encantadísima, dijo sí, lo que ha librado al mozo de una condena mediática segura), necesitaba despertador para salir a cazar cada mañana? Anda ya. En cuanto que los primeros rayos empezaban a entrar en la gruta, nuestro hombre ya estaba desperezándose y quitándose las legañas. ¿Por qué? Porque ya andaban bajo mínimos sus niveles de melatonina, que es la hormona encargada de regular el sueño, y cuya síntesis depende del ritmo circadiano: día/noche, luz/oscuridad. Dicho de otra manera: llevamos consigo un reloj biológico que se puso en hora desde los albores de los tiempos. Pues bien, de la noche a la mañana, como si de un reloj mecánico se tratase, llegan los mercaderes de Bruselas y, en aras de unas monedas de ahorro, deciden violentar, dos veces al año, un reloj cuya sincronía está en función de los movimientos de un planeta, ahí es nada. Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen: no conocen ni les importa, la perturbación biológica que dicha aberración conlleva. Y todo por un puñado de euros. Fíjense si es cierto lo que supone violentar la cronobiología que ("apunta, que esto es bueno", decía un gran profesor de Salamanca) el Concilio Vaticano II, habiendo tenido conocimiento de que entre los monjes cartujos la frecuencia de la enfermedad coronaria era mucho más frecuente que en el resto de los conventos, decidió cargarse de un plumazo la torturadora regla que los obligaba a no dormir más de dos horas seguidas. Para que aprendáis, comerciantes, so ignorantes.