Penosa jornada la de anteayer en Cataluña,
mayormente en Barcelona. Se trata del último eslabón/escalón, por ahora, de la
hoja de ruta, estrategia en español, que urdiera nada más llegar al poder (Maite
Pagaza, extraordinaria mujer, no me desmentirá), el tío más malo de España, ya
saben, ex aequo con Arzallus: Jordi Pujol (pido al Señor que sus ojos no tengan
la dicha de ver la independencia).
Pues bien, dicho lo cual, incluso de las
situaciones más desastrosas, se puede extraer su puntito jocoso-ridículo. Helo
aquí. Apenas comenzada la ‘fiesta’, leo en un periódico: “Un CDR le rompe la
nariz a un periodista”. Es lo mínimo, me digo, tratándose de un nutrido grupo
de individuos: nada menos que un Comité de Defensa de la República. Lo raro es
que el hombre no acabase con todos los huesos molidos. A no ser que estos
maulas hayan inventado los comités individuales: un tío, un comité. Que digo yo
que lo lógico hubiese sido denominarse CPR, con lo cual hubiesen sido abatidos
dos pájaros de un tiro, a cual más vistoso: Comités Pro República/Cretinos Pro
República, si bien la C ya figura en su denominación actual. Pues nada, acéfalos
que son (dirigidos por algún ‘Odium’ Cultural, claro), tiraron por la calle del
medio. Y ellos tan contentos: ¡“Soy un CDR”!, seguro que dice alguno, sacando
pecho. Y así pasa lo que pasa: “Qué República ni que collons; la República no
existe”, hubo de responder ¡un mosso! a un tío que le increpase. O sea, que los
CDR son los defensores de algo inexistente.
Compruebo con pesar, que al igual que
sucediese en tiempos de la eta, con sus activistas, sus comandos, sus zulos, sus
taldes y por ahí seguido, mis parientes los periodistas se han dejado comer la
merienda una vez más: comenzaron llamándoles “los autodenominados comités de
defensa de la república” y ya se han tirado al barro: ¡un CDR le rompe la nariz
a un periodista!
Pero no sólo es eso. Presiento ya la
frustración que sentirán los muñidores de tan magna jornada de protesta cuando
vean las imágenes del país vecino del norte, que por una causa no tan noble,
dónde va a parar, o sea, la subida de los carburantes, han puesto patas arriba
la capital de la República, ésta sí que sí, París, así como aledaños lejanos, haciendo
morder el polvo al mismísimo presidente, Emmanuel Macron, mientras que vosotros
os habéis tenido que conformar con el nuevo nombre del aeropuerto, “Josep
Tarradellas”. ¿Es comparable, acaso, el precio de la bencina con la lucha por
una Cataluña independiente? Vamos anda. Ellos, incluso ya tienen un muerto,
inmediaciones de Perpiñán, con el que acusar a las autoridades, a pesar de que
los culpables son los “chalecos amarillos” con sus “complicaciones
circulatorias”. Y vosotros, sin un mártir que llevaros a la boca. Con lo bien
que os hubiese venido para continuar los desmanes hasta el colapso absoluto. Y
eso que tenéis una cosa en común: el color amarillo. Los chalecos, ellos; vosotros,
los lazos. Lo cual que entrambos se lo habéis puesto a huevo a un célebre
escritor catalán, que a pesar de su celebridad, seguro que, dado vuestro
primitivismo antropológico, no conoceréis, Josep Pla: “El amarillo es el color
de los locos”. (Mando copia al periódico, por si alguien lo pone en duda.)