Yo sé que escribir desde Extremadura sobre
Catalunya, perdón, perdón, Cataluña, es un brindis al sol. Pero comoquiera que
tan gravísimo problema tiene soliviantado a mucho personal nacional (que se lo
pregunten si no a los que acaban de votar a VOX y a las legiones que vienen
detrás), parece que la cosa está medianamente justificada. No es necesario ser
un sabio comentarista político de los que salen en la tele y opinan en la radio
y escriben en los periódicos para darse cuenta de lo que está pasando. Y no
sólo de lo que está pasando, sino por qué está pasando, que uno tiene memoria.
Bien
podríamos empezar diciendo que entre todos la mataron y ella sola se murió: Cataluña,
claro. Y cuando digo todos, quiero decir todos, desde el “vamos a meter en la
cárcel a Jordi Pujol”, 1984, mayoría absolutísima, de mi ‘admirado’ Alfonso
Guerra, que ahora anda dando lecciones sobre el particular; pasando por el cordobés
Montilla hablando en catalán en el ‘Senao’ y Chaves escuchando la traducción mediante
auriculares (ese día yo hubiese quemado mi carnet del PSOE, señor Ibarra); y
acabando por Pedro Pablo Sánchez Iglesias, rehén de los que le han puesto y le
sostienen en la Moncloa: los independentistas catalanes y vascos, manda huevos
a Sandra, que se va de la ciudad, perdón, perdón: eran rosas. Ah, se me olvidaba el Tribunal
Constitucional ¿Qué creían sus señorías, que se iban a ir de rositas? De eso ni
‘parler’. La constitucionalidad de la Ley del Catalán ha hecho más por el
independentismo que todos los Pujoles, Puigdemontes y Torras juntos. Lo que yo
les diga, señorías. Disculpas de nuevo (las cosas suceden ‘en’ la escritura,
decía Umbral): perdona, Señor, a los ponentes de la Constitución que, Ley
Electoral mediante, primaron y de qué manera, a los partidos nacionalistas/independentistas: los pobres no sabían lo que hacían.
En
fin, que da como la sensación de que ‘todos’ se han creído a pie juntillas la
profecía de Ortega: “El problema de Cataluña no tiene solución; luego no que da
otro remedio que conllevarlo”. Si don José viviera, seguro que volvería a decir
aquello que dijo cuando la República: “No es esto; no es esto”. Pero habría
añadido además, que, a su diagnóstico sobre Cataluña, hoy le sobra la segunda
parte. Las cosas han llegado a tal extremo que incluso se habla de muertos. Lo
ha dicho un prosélito de la vía eslovena y lo ha dicho el presidente de los
mossos ‘españoles’: “No es exagerado hablar de posibles muertos el día 21”, consejo de ministros en Barcelona.
Aquí quería yo llegar. Los independentistas
necesitan un muerto. Parece una barbaridad lo que voy a decir, pero estoy
absolutamente persuadido de que es lo que andan buscando: con el fin de mostrar
al mundo 'su' ominosa opresión. Pero me da la sensación de que les podría salir el
tiro por la culata: si muriese uno de los suyos, Dios no lo quiera, serían
tales los desmanes, que el ejército no dejaría de patrullar por las calles de
Cataluña en una larga temporada (por las calles francesas andan los soldados armados
hasta la dentición, que los he visto yo, y no pasa nada). A la guardia civil y
a la policía nacional acabarían comiéndoselos por los pies (los mossos habrían sido
disueltos, claro).
“Perdón por la tristeza” (Cernuda).