“Se elevan a dieciséis los muertos por el
volcán de Nueva Zelanda”. Sin solución de continuidad, del volcán ‘asesino’, me
voy a Filipinas, pasando por el profesor Jorge Olcina, catedrático de Geografía
y experto en climatología, disciplina sobre la que ha publicado varios
tratados, o sea, un hombre serio a la hora de hablar del asunto, no como algunos
saltimbanquis, que han convertido la información meteorológica en un show
rayano en el payasismo, con perdón de los profesionales del circo: tanto
histrionismo y tanta leche, pero con Extremadura no dan ni una. Bueno, a lo que
íbamos: “La última gran erupción del Pinatubo, 1991, hizo descender las temperaturas
globales durante algunos años”
Vengo diciendo
de toda la vida (muchos antes de que naciera Greta), que sí, que el
calentamiento global lo ve hasta un ciego, con perdón. Otra cosa es que esté
demostrado que sea achacable a la mano del hombre (la mujer no tiene nada que
ver en el asunto, claro). Ahora bien, en lo que no estoy en absoluto de acuerdo
es en la inminencia de las catástrofes que preconizan los catastrofistas. Ya
hablan de millones de migrantes climáticos, como si el fenómeno fuese a
producirse de un día para otro.
Total, que refrescando la información al
respecto, me encuentro con toda una serie de casos recientes de “inviernos
volcánicos”, de lo cual deduzco que, una vez más los poetas van por delante, en
este caso por detrás: seguro estoy de que Sabina, que no tiene un pelo de tonto,
tenía barruntos del asunto cuando dice en una de sus más bellas canciones: “más
raro fue aquel verano que no paró de nevar”. En efecto, eso ya sucedió, en 1815
para ser más exactos: la erupción del Tambora, un volcán de Indonesia, ocasionó
heladas en pleno verano en el Estado de Nueva York y nieve en Nueva
Inglaterra, en lo
que se conoció como el Año sin verano de 1816. Asimismo, hay quien quiere ver en los
atardeceres rojizos de Munch, el pintor del “El grito”, los efectos sobre los
cielos de la erupción de un volcán de por entonces.
Vengo diciendo, también, que a estas alturas
de la liga (hay que suspender el Barça-Madrid: sería jugar en un campo de
batalla), la ciencia tiene recursos, y si no los tiene los tendrá en breve, para
revertír el cataclísmico calentamiento. Pues bien, mientras no se descubra algo
menos ‘dañiño’, he aquí mi modesta -¿grandiosa?- contribución a la solución de tan
gravísimo problema: provocar un “invierno climático”, controlado a voluntad,
según las necesidades del planeta. ¿Una locura? Calla hombre. No seria otra
cosa que hacer lo que la naturaleza viene haciendo desde la noche de los
tiempos. Dentro de cuatro días, ingenieros y geólogos, bajo supervisión de los
climatólogos, tendrán en sus manos, megatones a mansalva mediante, la
posibilidad de abrir a voluntad alguna de las grietas entre dos placas
tectónicas del Pacifico central (cuanto más lejos mejor), de las que están
deseando empezar a vomitar materiales volcánicos a la atmósfera. ¿Por qué
esperar a que eso suceda? Adelantémonos, pues, a la naturaleza. (Mira, Greta,
que si al final me salgo con la mía.)