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PARA MAYORES DE SIETE AÑOS

                 PARA MAYORES DE SIETE AÑOS

 
           Agapito Gómez Villa

   Aunque bien pudiera ser, lo de hoy no es consecuencia de esa fiebre que nos ha invadido recién, sí, la calentura trasmitida por el muy contagioso y ubicuo virus LGTBI. Lo de hoy viene de lejos, de muy lejos. Lo cual que muchas veces estuve tentado de hincarle el diente. Mas, comoquiera que la mies temática es abundantísima, lo he venido dejando, por ver si a alguien se daba cuenta de tan visible desmán. Vana esperanza la mía. Hasta que el otro día, “harto ya de estar harto”, me dije, indignado: me van a oír (qué más quisiera yo).
    Fue el caso que, el domingo pasado, poco más de las diez serían, enfrascado que andaba en el magnífico ensayo, HOY, del buen escritor, Eugenio Fuentes, “Los gritos del campo” (cuán arduo me lo fiáis), oigo unos gemidos, “de esos que resucitan a un muerto”, según cuenta/canta Sabina (él lo dice de ciertos besos). En esto que levanto la vista y me encuentro con ella, no con la Puerta del Alcalá, sino con la pantalla de la televisión, momento en que una pareja, heterosexual, aclaro, se encontraba en plena faena amatoria, lo que ahora se viene llamando una escena de sexo explícito: lo que durante siglos se dijera siempre con efe. “Todo lo que tú quieras”, se intitulaba la cinta (La 2), por si algún lector está interesado en comprobarlo.
  Al leer lo de indignado, alguien estará pensando que con los años me he vuelto un meapilas y esas cosas. Qué va, mujer/hombre; qué va. A ese respecto, uno sigue donde siempre. Mi indignación viene por otros derroteros. Mi indignación se produjo cuando, idos que fueran los gemidos, me encuentro un 7 en el extremo inferior derecho de la pantalla. O sea, ¡película apta para mayores de siete años! Total, que a punto estuve de hacer lo que hiciera mucho tiempo ha (por eso he dicho que el asunto no tiene nada que ver con la ristra de letras al principio citadas), les iba diciendo que a punto estuve de empuñar el teléfono y empezar a echar espumarajos por la boca, tal que hiciere en parecida ocasión: aquella vez que, nada más acabar un telediario, sin solución de continuidad, presentes mis hijos, irrumpieron en pantalla las más tórridas escenas de sexo. Como un poleo puse a mi interlocutor, el que estaba de sargento de semana, o como se diga eso en la televisión. ¿Que por qué no lo hice la otra noche? Porque no estaba a mi lado ninguno de mis nietos; de lo contrario, me habrían escuchado, los muy cretinos, los muy imbéciles, los muy anormales, los muy amorales.
  Válgame el cielo que yo pretenda que sea resucitada la “calificación moral” de cuando en tiempos, cuando la dictadura quiero decir, que hasta había un ¡3R!, o sea, “para mayores, con reparos”. Pero de ahí a lo de hoy, ¡en la pantalla de casa!, va un enorme, inconcebible, absurdo, vergonzoso, asqueroso, repugnante trecho.
   (Noticia de alcance: me dicen mis asesores que a buenas horas, mangas verdes: el virus LGTBI ya ha empezado a producir sus efectos deletéreos: la simulación de una felación, edificante lección impartida en un colegio de Almería.)

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