SALAS DE APUESTAS (2)
Agapito Gómez Villa
Me cabe la satisfacción (triste satisfacción) de haber sido de los primeros en poner el dedo en llaga del feo asunto de las casas de apuestas, no ha muchos meses, en estas páginas. Fue a raíz de un reportaje publicado en este periódico en el que cierto varón confesaba que por culpa del juego lo había perdido todo: su mujer, sus hijos, su trabajo. Será casualidad, pero a partir entonces, raro es el día que no aparece algo relacionado con el particular. Hace pocas semanas: “Llevo varios años luchando desde el anonimato, desde la vergüenza”, gritaba una madre desesperada. O anteayer mismo: “Charla coloquio para concienciar a los jóvenes sobre la problemática de las salas de apuestas”, en Villanueva de la Serena. Le llaman problemática al gravísimo problema de las ludopatías. Si no recuerdo mal, en aquel escrito acababa diciéndole al presidente de la Junta que el dinero que se recaudase de las malditas salas, lo tendría que emplear en financiar las asociaciones que luchan contra la enfermedad del juego. ¿Que no?
Hoy, claro es, sigo pensando lo mismo, pero más. Me parece de todo punto reprobable que se haya permitido que unos antros que propician tanta desgracia, hayan proliferado como hongos y que, asimismo, se haya consentido un tratamiento publicitario tan obscenamente profuso en los medios, la televisión mayormente. “Juega con responsabilidad", dicen, como lavándose la conciencia, que algo de suciedad debe de haber por medio cuando uno de los famosos que había vendido su imagen a una de esas reprobables marcas, ha decidido desaparecer de los anuncios: Carlos Sobera. Muy necesitado debe de andar el otro, Coronado, cuando sigue en el ajo. ¿Se imaginan a un famoso haciendo propaganda de la cocaína? Pues algo parecido es lo de las salas de juego. Desaparecidas en buena hora la publicidad del tabaco y de los alcoholes, uno se pregunta que cómo es posible que se hayan permitido los anuncios de una droga tan dura como el juego. ¿O es que la ludopatía no es patología conocida de antiguo?
He vuelto a traer tan desgraciado asunto a la palestra a raíz de la intención del gobierno de meterle mano a la publicidad del mismo. Quieren regular su horario, o sea, llevar los anuncios a la madrugada para que no sean vistos por los jóvenes, como si los mayores no fueran potenciales víctimas de los mismos. Sólo el voraz afán recaudatorio de los gobernantes (son tan ‘ludópatas’ como los otros), puede explicar tal proliferación de tan infestos locales, hasta el punto de que ha sido necesario legislar ¡la distancia a los centros escolares! Pa matarlos. Como si a un joven enganchado le importase mucho cien metros más o menos. ¿A quién pretenden engañar?
Don Agapito, ¿es que no se ha enterado de que el que quiere recortar la publicidad del juego es Alberto Garzón, un ministro comunista?
Mire usted, la verdad es la verdad, la diga mi pariente Agamenón o su porquero. Es más, si algún día yo llegase a ministro, no lo permita Dios, no me andaría con minucias: de un sopetón, haría desaparecer dichos antros de perdición: en vivo o por televisión.
Agapito Gómez Villa
Me cabe la satisfacción (triste satisfacción) de haber sido de los primeros en poner el dedo en llaga del feo asunto de las casas de apuestas, no ha muchos meses, en estas páginas. Fue a raíz de un reportaje publicado en este periódico en el que cierto varón confesaba que por culpa del juego lo había perdido todo: su mujer, sus hijos, su trabajo. Será casualidad, pero a partir entonces, raro es el día que no aparece algo relacionado con el particular. Hace pocas semanas: “Llevo varios años luchando desde el anonimato, desde la vergüenza”, gritaba una madre desesperada. O anteayer mismo: “Charla coloquio para concienciar a los jóvenes sobre la problemática de las salas de apuestas”, en Villanueva de la Serena. Le llaman problemática al gravísimo problema de las ludopatías. Si no recuerdo mal, en aquel escrito acababa diciéndole al presidente de la Junta que el dinero que se recaudase de las malditas salas, lo tendría que emplear en financiar las asociaciones que luchan contra la enfermedad del juego. ¿Que no?
Hoy, claro es, sigo pensando lo mismo, pero más. Me parece de todo punto reprobable que se haya permitido que unos antros que propician tanta desgracia, hayan proliferado como hongos y que, asimismo, se haya consentido un tratamiento publicitario tan obscenamente profuso en los medios, la televisión mayormente. “Juega con responsabilidad", dicen, como lavándose la conciencia, que algo de suciedad debe de haber por medio cuando uno de los famosos que había vendido su imagen a una de esas reprobables marcas, ha decidido desaparecer de los anuncios: Carlos Sobera. Muy necesitado debe de andar el otro, Coronado, cuando sigue en el ajo. ¿Se imaginan a un famoso haciendo propaganda de la cocaína? Pues algo parecido es lo de las salas de juego. Desaparecidas en buena hora la publicidad del tabaco y de los alcoholes, uno se pregunta que cómo es posible que se hayan permitido los anuncios de una droga tan dura como el juego. ¿O es que la ludopatía no es patología conocida de antiguo?
He vuelto a traer tan desgraciado asunto a la palestra a raíz de la intención del gobierno de meterle mano a la publicidad del mismo. Quieren regular su horario, o sea, llevar los anuncios a la madrugada para que no sean vistos por los jóvenes, como si los mayores no fueran potenciales víctimas de los mismos. Sólo el voraz afán recaudatorio de los gobernantes (son tan ‘ludópatas’ como los otros), puede explicar tal proliferación de tan infestos locales, hasta el punto de que ha sido necesario legislar ¡la distancia a los centros escolares! Pa matarlos. Como si a un joven enganchado le importase mucho cien metros más o menos. ¿A quién pretenden engañar?
Don Agapito, ¿es que no se ha enterado de que el que quiere recortar la publicidad del juego es Alberto Garzón, un ministro comunista?
Mire usted, la verdad es la verdad, la diga mi pariente Agamenón o su porquero. Es más, si algún día yo llegase a ministro, no lo permita Dios, no me andaría con minucias: de un sopetón, haría desaparecer dichos antros de perdición: en vivo o por televisión.