Se me
vino a las mientes cuando el otro día Cayetana le recordó a Pablo, “Ese
Hombre”, que su padre había pertenecido a una organización revolucionaria,
antifascista, patriótica y todo eso. No se imaginan lo que a mí me hubiera gustado
apuntarme a alguna agrupación de ésas, ¡no violenta! (detesto la violencia), y
habérselo contado hoy a mis nietos, tal que hiciera tío Marcial, un hermano de
mi abuelo Agapito, que un día, ya en plena democracia, me mostrase, cual
preciados tesoros, el carnet del Partido Comunista, junto al de guardia de
asalto de la República, Madrid. Por no tener, no tuve ni el de la OJE. La única
cuadrilla a la que pertenecí fue al Club de Kitín, el muñequito del chocolate
Nogueroles, cuya insignia lucía orgulloso en el jersey de los domingos.
A mí, los del FRAP me habrían podido
enganchar por la FUDE, Federación Universitaria Democrática Española, una de
las miles de asociaciones que integraban aquel populoso movimiento revolucionario,
cuyo glorioso debut fue el heroico asesinato de un policía de veintiún años,
instante preciso en que me hubiese borrado. Observen que ni en FRAP ni en FUDE
figura nada referente a sus raíces comunistas. Es que yo, por una razón
biológica, el ‘factor humano’ (el de Graham Greene), nunca pude tragar nada que
se refiriese al comunismo. Ahora mismo estoy con ustedes.
Por nacencia, gleba purísima, lo lógico es
que yo hubiese sido filocomunista, pero es que el ‘factor humano’ siempre me
pudo: siendo yo muy chico, escuché que al hombre más malo y malencarado de la
calle le llamaban “el comunista”. Si a eso le añadimos que a los niños nos
trataba a patadas: “Apagamos y vamos”, que dijera una vez Radomir Antic, que en
paz descanse. Cuando quise enterarme de que tío Román, un hombre buenísimo,
vivía en París porque al acabar la guerra hubo de salir por piernas, tenía ya la
aversión a los comunistas metida en el paleoencéfalo: por aquel vecino
malaleche.
Digo yo que, como era una cosa biológica, se me
habría de notar en el semblante. “Tú eres un fascista”, me espetó, apenas
hubimos entrado en la taberna, uno de los pocos individuos que quedaban en el
lugar, madrugada salmantina y periférica. Con la calentura, lo de fascista me
sonó a la ‘fascia lata’: como “jefe de mesa” de anatomía, acababa de mostrar
dicha estructura a mis compañeros en la sala de disección. Nada más pisar la
helada, uno de los míos me sacaría de mi ignorancia: “Qué va: fascista es lo
contrario de comunista”. “¡Pero si yo soy de Felipe!”
Oiga, y en lugar del FRAP, no le hubiera
gustado más el GRAPO, que molaba más. Calla, mujer. No hubiera podido mirar a
la cara a mis nietos. Los zumbados del GRAPO asesinaron en Sevilla a un tío
carnal de mi yerno: un policía natural de Badajoz.
Me quedo, pues, con Kitín.