Sociólogo por libre que es uno, estoy seguro
de que si se le preguntase al personal qué es un EPI, una buena parte
contestaría que es el compañero de Blas, ya saben, de Barrio Sésamo. “No tengo
ni idea”, responderían algunos. Y, por fin, otros dirían que es esa vestimenta astronáutica
que se ponen los trabajadores de los hospitales para no infectarse por el virus
de la corona. Bien, ¿pero usted sabe por qué se llaman EPI? Me apuesto medio
euro que la inmensa mayoría no sabrían decir que son las siglas de Equipo de
Protección Individual. Y todo eso, luego de llevar dos meses no hablando de
otra cosa en los telediarios, qué digo en los telediarios: las 24 horas del
día. Así son nuestros informativos, así son nuestros informantes.
Pues tres cuartos de lo mismo con el PIB.
Reto a los encuestadores a que indaguen acerca del mismo. En ciertos ámbitos, el
resultado sería desolador. Soy capaz de imaginarme la cara que pondría algún
encuestado cuando oyera lo de ‘bruto’: “¡No lo dirá por mí!”.
En resumidas cuentas, que para la población
mayoritaria, al no tener ni barruntos, el PIB puede ser tanto una cosa buena
como una mala. Si es algo bueno, su descenso será una desgracia, y a la viceversa.
¿O no? Pues bien, el PIB, a juzgar por el tratamiento que se le dio el otro día
en un telediario, debe ser algo perverso. Semblante agradable por naturaleza,
no recuerdo haber visto jamás a Ana Blanco, presentadora eviterna, con una cara
más exultante. Cuando me percaté de que estaba hablando de la mayor caída del
PIB que se recuerda, en un trimestre, no daba crédito a mis sentidos. Como se
lo cuento. Por supuesto, no se le ocurrió explicitar (valga el neologismo) nada
al respecto. Se cuidó mucho de decir que aquello suponía el mayor
empobrecimiento de España en tan corto espacio de tiempo. Ella continuó con la media
sonrisa, hasta que agotó el asunto y a otro cosa, mariposa. La gran mayoría de
los espectadores, tan contentos, supongo. Nunca había visto una manipulación
tan flagrante, diciendo la verdad.
Ustedes saben (nos conocemos tiempo ha) que
detesto el catastrofismo, al que tan dados son ciertos medios, mal rayo les
parta. Pero no es menos cierto lo contrario: que se hable de las desgracias con
una sonrisa en la boca, a saber: cuando nos cuentan el descenso de los muertos,
y éstos se cuentan por centenas ¿Lo harían de esa manera si uno de ellos fuese
su padre? Lo dudo.
Lo dijo hace mucho MacLuhan: “El medio es el
mensaje”. Y tanto: no hace falta mentir para engañar vilmente al personal:
basta con envolver la desgracia en un rostro sonriente. O hablar mucho tiempo de
los cientos de ataúdes ajenos: italianos, británicos, franceses y por ahí
seguido. Asco me dan (los manipuladores).