Amaina la voracidad de la ‘viremia’, al
tiempo que arrecia el conflicto de las banderas, que incluso Pablo ordenó a la
guardia civil retirarlas del entorno de su humilde mansión. El conflicto,
iniciado en Madrid, ya ha llegado hasta Cáceres: el otro día agredieron a uno
que portaba una enseña de España, camino que iba de la cacerolada ambulante. Le
habrían insultado/increpado/agredido, si en lugar de la bandera constitucional,
hubiese llevado la bandera de la república? Claro que sí. Lo habrían echado a
patadas los propios cacerolistas. De nada le hubiese valido decir: “¡Oiga, que
yo vengo a protestar contra el gobierno!” Estamos, sí, ante un problema
irresoluble (hasta cierto punto).
Como diría Umbral, ‘tengo escrito’ que el
culpable (de esto también) es Franco, por lo que bien merecido se tiene lo que
han hecho con sus huesos. ¿A quién se le ocurre imponer durante cuarenta años la
bandera rojigualda? “La bandera es tu madre”, nos decían en la mili. A lo que
yo respondía pensando: “Lo que ha crecido mi madre” (mi madre era bajita). Pero
hombre, si hasta la colocaron en el frontispicio de los estancos, con el
resultado conocido: que los republicanos durasen siete años más que los nacionales,
fumadores empedernidos.
Lo dijo Areilza, ‘intelectual’ de la
Falange, hombre educado, conciliador, moderado: “Franco era un táctico, no un
estratega”. Ahí está. En efecto, Franco gobernó como si no hubiese un mañana (expresión
muy de moda), cosa que les sucede a todos los dictadores, que mucho hablar de
la patria, pero lo único que les interesa es resolver el día a día, que no es
otro que mantenerse en el poder, no como los demócratas de verdad, Pedro Pablo
por ejemplo, cuya única mira no es el poder, ¿o no?, sino el bien de España (Pedro
Pablo es la versión actualizada de Jano, dios romano: un ser con dos caras, la
de Pedro y la de Pablo). Si Franco hubiese pensado en España, como Pedro Pablo,
insisto, habría tenido en cuenta, sí, el sentir de todos los españoles:
vencedores y vencidos. Para lo cual, tendría que haber ordenado ondear, si no
simultáneamente, al menos en meses alternos, sendas banderas: la bicolor y la
tricolor (de haber ganado, los republicanos lo habrían hecho, seguro). Así nos
hubiésemos ahorrado el arduo conflicto actual, que, no obstante, tiene solución:
excepcional, pero solución.
Se me ocurrió el otro día, viendo lo de
Moratalaz, en donde se produjo la primera agresión: a un lado, las banderas
constitucionales; al otro, un joven ondeando la bandera republicana, como si
sacudiese un mantel postprandial; en medio, la policía local y/o nacional. Pues
bien, de haber sido yo uno de los policías, habría agarrado un estandarte (así
dice el grandioso Rubén Darío) de cada lado
y los
hubiese anudado por las cuatro esquinas. Hecho lo cual, habría puesto la enseña
bifronte al frente de la manifestación: “¡Hala, a protestar!”
Señorías:
vayan tomando nota (de nada).