Aunque resulte increíble, he tenido acceso a los pormenores de la reunión subrepticia que hubieron los barones socialistas (y alguna baronesa), no ha muchas fechas, en un bello y recóndito lugar de las Villuercas, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente. Allí acudieron ellos y ellas, con el fin de analizar y debatir las posibilidades de poner coto a la peligrosa deriva del gobierno socialista-comunista (social-comunista es otra cosa), mayormente el obsceno encamamiento de Pedro Pablo con Arnaldo Otegui, terrorista en su día, que fuera condenado por tal. También se habló, aunque menos, del inconcebible maltrato que va a recibir el castellano en ciertas comunidades autónomas.
‘Presididos’ por Felipe y Alfonso, estuvieron casi todos: Chaves, Corcuera (el único que rompió el carnet), Barrionuevo, Bono, Ibarra, García-Page, Matilde Fernández, Redondo Terreros, Francisco Vázquez, Cándido Méndez, César Antonio Molina, Cándido Méndez… y nuestro Guillermo.
El primero en intervenir fue mi dilecto Alfonso, y mientras lo hacía, a sus espaldas se le veía entrar una y otra vez, la cara desencajada, en la sede del partido socialista (me acuerdo yo de aquello), San Sebastián, en donde yacía el cadáver de Enrique Casas, senador socialista asesinado por la eta, 1984. Con su autoridad de ‘nuevo’ hombre de Estado (la listísima Isabel San Sebastián, visto lo que se lleva hoy, lo compara con W. Churchill), hizo una exposición impecable, en la que no faltó, hablando de la cruzada contra el español, una referencia al gran Antonio Machado. A continuación habló Felipe, con la brillantez habitual. Sin referirse expresamente al asunto, claro es, todos entendieron que no se arrepentía de lo del GAL (el filósofo Aranguren y yo, tampoco), y no dejó de recordar los asesinatos de Fernando Mújica y de su amigo Tomás y Valiente. Después, Barrionuevo, cuyas palabras fueron las más emotivas. Cada llamada para comunicarle un atentado era como una puñalada en el corazón, afirmó. Y fueron muchas las puñaladas. Recordó su estancia en la cárcel, junto a su hombre de confianza, Rafael Vera, pero se cuidó de comentar que ambos fueron a prisión por no delatar a una autoridad superior, ya me entienden. Habló también Matilde Fernández, que no aclaró, empero, por qué le negó una subvención a las víctimas del terrorismo (ahí empezó mi alejamiento del partido). Habló, en fin, Ibarra, que dijo que no había roto el carnet, como había prometido, porque era como romper con la familia. Y por último, Guillermo, que recordó las decenas de guardias civiles y policías extremeños asesinados por la eta (me tocó atender a sendas y jovencísimas viudas, a punto de parir la primera).
Pues bien, después de largas y encendidas disquisiciones, llegó la hora de votar algo sobre Pedro Pablo. Dos opciones se plantearon, ambas durísimas, valientes, brutales: o quince días sin postre, o no felicitarle por Navidad. Ante la imposibilidad de controlar la primera, ganó por mayoría abrumadora la segunda.
Firmado el documento por los asistentes, la reunión se disolvió como había empezado: subrepticiamente.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...