En la Seminci, Valladolid, acaba de ser presentado un documental sobre Umbral, “Anatomía de un dandy”, ensayo que el escritor dedicase a Larra. Estudiante que fui de medicina, ustedes comprenderán que, hablando de Umbral, no me pare en la anatomía, sino que avance hasta la histología, aunque sea la del microscopio óptico (la fisiología es menos literaria). Una vida me he pasado leyendo a Umbral escondiéndome por los rincones: es un chulo, un prepotente, un engreído, me decían los que se enteraban de mi pasión por su escritura. ¿Has leído algo de él? No. Ah, claro. De nada servía que les contase que Lázaro Carreter les decía a sus alumnos que la prosa más bella jamás escrita en castellano era la de Valle-Inclán, hasta que llegó Umbral. A propósito: juro por mi conciencia y honor que yo no tenía conocimiento de lo de Lázaro, cuando aquella mañana, aula del Felipe II a rebosar, veranos de El Escorial, me solté el pelo (entonces tenía) y dije exactamente lo mismo. Tanto le debió agradar lo mío que, cual Jesús con Tadeo, acabado el acto, al encontrarme entre la multitud, se acercó a mí y me llevó de paseo a su vera. “Paco nos come en la mano a los amigos”, diría Berlanga. Yo no era su amigo, pero me di cuenta en seguida de que era la persona más necesitada de estimación que he conocido en mi vida. Algo parecido a lo que me dijera una sobrina de su mujer, vecina de Cáceres: “No tiene nada que ver con el de la tele. Usted no sabe lo educado, cariñoso y buena persona que es”.
Pues bien, desde hace poco, se ha acabado lo de leer a Umbral a escondidas. Y lo de pedir perdón por admirarlo, citarlo, idolatrarlo (a mí me pasa con Umbral como a él con Juan Ramón, que lo llamó dios; aunque mi dios verdadero se llama Camilo: el Max Planck de la escritura). El otro día, en el programa “Imprescindibles” dedicado al gran Miguel Delibes, cuando le preguntaron por el escritor que más admiraba, contestó con toda la seriedad que presidía su vida: Francisco Umbral. Desde entonces, me siento a leerlo en la puerta de la calle, como hiciese de chico con la enciclopedia escolar.
A cuento de qué esa denostación que suscita en la población. Muy sencillo: él siempre pensó que para triunfar, el personaje era tan importante como la obra, y se pasó de la raya. En ese afán, yo creo que se murió sin tener conciencia de que ya figuraba con letras de oro, sí, en la historia de la literatura. Y sin embargo, lo que son las cosas: luego de haber publicado libros a centenares y artículos a millares, los que nunca lo han leído, lo recuerdan por esto: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Que se fastidien (con jota).
Es que nadie como Umbral ha manejado el idioma como generador de belleza.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...