Un individuo, de los que no tienen derecho a la vida (“más le valiera no haber nacido”, dijo Jesucristo sobre los que abusaren de los niños; ni te quiero contar lo que diría del autor del crimen riojano), les iba diciendo que un tío que no cumple criterios para pertenecer a la especie humana (la anatomía no basta), acaba de matar alevosamente a un niño de nueve años. El incalificable hecho (de incalificable, nada: admite todos los adjetivos vomitivos) ha tenido lugar en una población de diez mil habitantes. Menos mal. De haberse tratado de un pueblecito aislado e insignificante, completamente seguro estoy de que ya se estaría hablando de La Rioja profunda. ¿O no? Supongo que ya saben por dónde voy.
En efecto, no ha muchos días, una juez escribió, en sentencia de separación matrimonial, que un pueblo de la “Galicia profunda” no es el sitio más adecuado para la crianza de la criatura que el ‘exmatrimonio’ tiene en común (el que la madre no esté muy allá es harina de otro costal), lo cual ha propiciado que el parlamento del Estado Federado de Galicia (me adelanto a la historia), haya evacuado, en tromba, un comunicado en el que todos los partidos manifiestan su ¡profundo! rechazo a la expresión. Dicho lo cual, “al César lo que es del César”, que dijera el mismo de antes, Jesucristo, o sea: en este caso el César, con perdón, soy yo: la hemeroteca de este periódico me avala.
En efecto, este particular fue el primero que se puso cual pantera cuando en las crónicas madrileñas sobre la masacre de Puerto Hurraco, apareció lo de la “Extremadura profunda”. ¿Es que no existe acaso esa Extremadura? Claro que sí: de gentes normales, como en todas partes. Pero mi indignación no era por la calificación topográfica del lugar, sino por un motivo muy otro, a saber: porque, en su supino desconocimiento de la realidad, aquellos analfabetos cronistas de Madrid, dejaban entrever que la masacre venía a ser una consecuencia de la ‘profundidad’ social de sus moradores, no sé si me entienden. A raíz de aquello, fue tal mi sed de venganza periodística que, cada vez que ocurría una tragedia del mismo jaez, escribía un artículo para rebozárselo por los morros a los imbéciles cronistas foráneos: “Puerto Hurraco en Conneticut”, “Puerto Hurraco noruego”, “Puerto Hurraco arkansiano”, “Puerto Hurraco suizo”, “Puerto Hurraco en Atlanta”, “Puerto Hurraco inglés”, escocés, denveriano... Y así, hasta que me di cuenta de que lo mío era para exclusivo uso interno, que no pasaba del puerto de Miravete. Total, que, para no cansar al lector, me retiré decepcionado, e indignado: los cronistas capitalinos nunca utilizan la ‘profundidad’ cuando se trata de masacres extranjeras: ni la Conneticut profunda, ni la Suiza profunda, ni la Inglaterra profunda, ni la etcétera profunda. No obstante, antes de marcharme, quisiera aportar mi granito de arena: cuando lo de Puerto Hurraco, los que hablaron de la Extremadura profunda, eran unos subnormales profundos.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...