¡En defensa de España! ¿Quién se ha atrevido a semejante insensatez? Stanley G. Payne. Y yo, qué pasa. ¿Que quién es ese Payne? Uno de los más reputados hispanistas que existen: catedrático de la universidad de Wisconsin, miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias, de la Academia Española de la Historia,… y muchas cosas más. Ah, y lleva la Gran Cruz de Isabel la Católica. En fin, que habiendo dedicado dicho caballero su vida al estudio de España y su historia, ante la avalancha de mentiras, infundios, calumnias, memeces, imbecilidades, gilipolleces, majaderías, bobadas, que de un tiempo a esta parte, se vienen vertiendo, dentro y fuera, sobre nuestro país, no conforme con lo mucho publicado tiempo ha, decidió escribir lo arriba intitulado: “Desmontando mitos y leyendas negras”, reza el subtítulo.
La sarta de estupideces antiespañolas, ya digo, lo son mayormente en relación con la España de Ultramar, recrudecidas éstas en los aniversarios de la independencia de los diversos países, Méjico sin ir más lejos, cuyo presidente quiere que les pidamos perdón -¿de qué?-, cosa que ya ha hecho por nosotros el Papa, tan aficionado a pisar todos los charcos, que dijera el otro día el gran articulista, TMT. Por cierto, ¿se han percatado ustedes de que, siendo el representante de Cristo en la Tierra (el Papa, no Martín Tamayo), ni en la entrevista de Évole, ni en la reciente de Carlos Herrera, pronunció vez alguna el nombre de su Representado?
Bueno, a lo que íbamos: “La obra de España en América es uno de los hitos más grandes de la historia universal”, viene a decir don Stanley a modo de resumen, que ya es resumir. El más grande, diría yo. ¿Hay otro, acaso, comparable? Venga, díganmelo. Para muestra, un solo botón: ¿saben ustedes cuántos años habían pasado, desde que Pizarro apresara a Atahualpa, cuando fue fundada la Universidad de San Marcos, en Lima? Da como vergüenza decirlo; parece de broma: ¡19 años! Con eso, está dicho todo.
“Y yo, qué pasa”, decíamos al principio. Yo, claro es, no soy ninguna autoridad, ni en historia ni en na, pero algo sé de este país. Y no sólo suscribo, ad litteram, todo lo dicho por mister Stanley, sino que quisiera ir un poco más lejos, sí: la aportación de nuestro país a la historia universal, no tiene parangón, ni ayer, ni hoy. Hoy: un país que, luego de una larga dictadura, previa ‘odiosa’ guerra civil, sienta en el mismo Parlamento a Fraga, Carrillo, Alberti y la Pasionaria, al tiempo que unos viles asesinos continúan matando generales, policías, guardias civiles… y niños, ha de ser por fuerza un país grandioso. “El último pueblo con carácter”, dijera Stendhal, y eso que era francés, con lo que el elogio vale por cien.
“Quizá tengan el mejor país del mundo y no quieren ni darse cuenta”: Andrés Calamaro, argentino, listo y fino; con lo que el elogio vale por mil: por venir de un argentino (listo y fino).
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...
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