El otro día fui a ver ese Napoleón medio lelo que se ha inventado Ritley Scott. Lo cual que, hablando de cine, anda por ahí un vídeo en el que un señor mayor dice que un tío macho no sale del cine con los dedos oliendo a palomitas. Lo que viene a continuación lo dijo con más lirismo Víctor Manuel, en la bella canción dedicada a la impar Ana Belén: “Nada sabe tan dulce como su boca, tan solo alguna cosa que no se nombra”. Lo cual que don Ritley y el señor mayor me han puesto el asunto en bandeja.
Los que nos criamos en los tiempos de “Cinema Paradiso”, esa obra excepcional, íbamos al cine con verdadera unción, o sea, íbamos al cine a ver cine. Y nada más (yo siempre me enamoraba de la actriz). Por eso, cuando me topo con que los espectadores americanos incorporan la fanega de palomitas a la película (lo de la ‘peli’ no soy capaz de tragarlo ni con un cachito de pan), sentí verdadera irritación, hasta tal límite que aquello fue un punto de inflexión en mi visión del ciudadano USA en general y de su cine en particular. Imagínense lo contento que me puse cuando comprobé que las dichosas palomitas estaban siendo acarreadas a las salas españolas. Y no sólo las palomitas: el Instituto Vasco de Consumo acaba de imponer a ‘Yelmo Cines’ una multa de 30.000 euros por impedir a los clientes el acceso a sus salas con comida y bebida adquirida en el exterior. Supongo que imaginarán cual sería mi prohibición.
En fin, que las palomitas no contribuyeron a mejorar el concepto que de siempre tuve del norteamericano medio (analfabetos tecnificados), concepto que vino a remachar mi maestro Salvador Pániker, que los considera unos seres harto infantiles; lo de las palomitas fue ya el ‘arremate’, ya digo. En cuanto al deificado cine americano, tampoco andaría yo muy desencaminado cuando, no muchos años más tarde, Woody Allen, nada menos que Woody Allen, dijera que “El cine que se hace en mi país es como para niños de doce años”. Sin ir más lejos, el ya citado “Napoleón”. Sí, ya sé que el director es británico, pero la película está hecha en Norteamérica. Sólo así se explica que, a la voz de “¡preparen los cañones!”, un soldado francés responda: “¡Señor, sí, señor!”. A punto estuve de prender fuego a la pantalla. Pero no llevaba el mechero encima, ay (si lo sé, no dejo de fumar). Lo que no pude evitar fue la indignación que me invadió cuando Napoleón le dice a Josefina “te extraño”. De toda la vida se dijo “te echo de menos”, so tontos. Veinte años de cárcel le metía yo al traductor.
A modo de resumen: hablando de cine y de los americanos, dudo que ningún mítico director de la historia cinematográfica de dicho país hubiese sido capaz de hacer “Bienvenido, Mister Marshall”, esa cumbre del talento. Ni jartos de whisky. (Ah, se me olvidaba dar las gracias al señor mayor.)
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...