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LA LLUVIA EN SEMANA SANTA

No hablar de la Semana Santa en Semana Santa, me parece un pecado de lesa cristiandad, sea uno creyente o no lo sea. Yo mismo sin ir más lejos, que, perteneciendo al segundo grupo, cada vez que se presenta la ocasión digo que la Semana Santa de Sevilla (toda mi admiración para las demás, empezando por la de Cáceres: inmarcesible escenificación a la oscura luz de tan prodigioso escenario) les decía que lo de Sevilla es un acontecimiento sobrecogedor: lo ya dicho aquí de Stravinski, que se quedó ‘pasmao’: “Veo lo que oigo, oigo lo que veo”. Por otra parte, son tantos los aspectos que abarca tan significativa semana, que bien podría afirmarse que todo un año está concentrada en la misma: la conmemoración religiosa (el principio de todo, claro), el turismo y sus múltiples derivadas, la política y sus negociaciones secretas,…y por último la climatología. Negociaciones secretas. Todo empezó el atardecer de un Sábado Santo cuando Alejo García, aquel gran periodista (me llamó para agradecerme un artículo), llegó jadeante al micrófono, Rne, para dar la gran noticia de aquellos apasionantes momentos: “¡El partido comunista…ha sido legalizado! Desde entonces, raro es el año que no sale algo gordo de esta semana secreta. Miedo me da pensar qué se estará urdiendo en Doñana. Es que allí está ‘descansando’ estos días el personaje más impredecible/imprevisible que ha gobernado España desde Recaredo cuando menos. En cuanto a la climatología, ni que decir tiene que este año, más que nunca, ha sido el aspecto predominante/determinante. Hasta el punto de que, a consecuencia de la lluvia, por primera vez en décadas, Jesús del Gran Poder no ha podido caminar la madrugá. Observen que he dicho “a consecuencia” de la lluvia y no “por culpa” de la misma. La lluvia es una bendición del cielo y por mucho que lloren cofrades y costaleros no puede ser culpable de nada. Hace cuatro días, hubo de salir por la tele el presidente de Andalucía para tranquilizar al personal, ante la escuálida situación de los embalses. En Cataluña, no digamos. Como para andarse con lamentos por la lluvia. Ojalá tuviéramos seguras tantas aguas en estas fechas. Aunque hubiese que mover la Semana Santa el año que tocase temporal. ¿Que soy un insensato? De eso ni parler. “Bien podría haber llovido días antes o días después”, dicen algunos. “Que hubiesen adelantado o atrasado las procesiones”, han respondido las nubes. Y yo les pregunto: ¿qué es más fácil, mover la Semana Santa o retorcerle el pescuezo a la borrasca? Aquí va mi sugerencia: teniendo en cuenta que los medios para la predicción meteorológica cada vez son más precisos, en el futuro, en años como el presente, habrá que ir pensando en cambiar las fechas de la Pasión. Si es que no queremos que las lluvias sean de lágrimas, claro. ¿Pasaría algo? Nada. El Corpus, que era ‘intocable’, un día dejó de ser festividad nacional. Y qué paso. Pues eso. Que nadie ose tocarme la lluvia, que es la manera que tiene el cielo de bendecir los campos.

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