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LA LLUVIA Y EL PERRO

Está más claro que el agua clara, bendita sea (el agua): si el perro muerde al niño, no es noticia, pero como al niño le dé por morder al perro, la cosa sale en todos los periódicos. Pues lo mismo parece que sucede con la lluvia: si no llueve, ya tenemos la tabarra informativa asegurada. Pero si llueve, algo tan necesario para todo, absolutamente para todo, sólo serán noticia los destrozos que produzca la lluvia. No he visto ni un solo alegre titular sobre la bendición de los cielos que están suponiendo las recientes y abundantes lluvias. Vamos, como si, de un tiempo a esta parte, alguna vez lloviese en demasía. Resulta que, hasta hace cuatro días, estábamos soportando una inacabable y agobiante sequía, de la que no faltaban noticias alarmantes cada día. No era para menos: embalses extenuados, campos desolados, ganaderos asfixiados. Como sería la cosa, que, según me cuentan, la presente cosecha de la aceituna (yo no tengo olivos), es de las más exiguas que se recuerdan, debido a la escasez de agua, claro. Pues bien, como les decía, luego de un par de semanas lloviendo como Dios manda, nada de albricias informativas: sólo han sido noticias destacadas las viviendas anegadas y las ovejas ahogadas: siento mucho ambas desgracias. Como agua de mayo estábamos esperando que los hombres y mujeres del tiempo (ya saben: los que han convertido una ciencia, la meteorología, en un ‘chou’ obsceno) acertaran alguna vez en sus cegueronas predicciones sobre Extremadura: muchas gotas de lluvia en el mapa, pero en el mapa se quedaban. De la noche a la mañana, va y se produce el milagro: se pone a llover como cuando éramos muchachos: interminables inviernos de antaño. El contento ha sido generalizado, claro: todavía no me he encontrado a nadie que no lo manifieste, salvo los que han tenido la triste desgracia, ya digo, de sufrir la inundación de sus casas y los que han visto morir ahogados sus ganados, que nunca lloviera a gusto de todos. Ha llovido mucho, en efecto. Pero sólo para llenar los embalses pequeños, que ésos los llena un niño con una cazuela. Algo parecido al niño que se encontró San Agustín intentando echar toda el agua del mar en un agujero de la playa: “Eso es imposible” le dijo el santo de Hipona. “Pues más difícil es entender el misterio de la Santísima Trinidad”, le respondió el muchacho. No sabemos qué cara pondría San Agustín al encontrarse con un muchacho tan espabilado (a lo mejor era un ángel). Lo que sí sabemos es que yo no dormiré tranquilo hasta que no vea rebosantes los grandes pantanos de la región, para lo cual hacen falta muchos niños con cazuela, con o sin misterio de la Santísima Trinidad. Amén. (Post scriptum: viendo los regatos saltando de alegría, se me viene a las mientes un extraordinario verso del gran Francisco de Quevedo, “los arroyos del hielo desatados”, pero no sé dónde meterlo. Otra vez será.)

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