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SABINA Y EL BAR DE LA ESQUINA

Un cinco de diciembre, cuando escribo, sería indecoroso no dedicarle unas palabras a la santa Constitución, paráfrasis de la santa Transición que inventase Umbral. Pues mira tú por dónde, me da como la sensación, de que la ‘Contitusión’ (Alfonso Guerra dixit) es mucho menos santa que la Transición. En efecto, al primer tapón, zurrapa. “Todos los españoles somos iguales ante la Ley”; y a la media vuelta, hay uno que está por encima de todos: el rey y su inimputabilidad. ¡Pero qué dice usted, señor legislador! Ya con eso, es imposible ir a ninguna parte. No conforme con lo cual, va y nos dice que el voto de los nacionalistas, o sea, independentistas (son lo mismo), vale mucho más que el mío. ¡Tu tía la del pueblo! Todo eso, después de haber dicho, pomposamente, lo de la “indisolubilidad de la Nación Española”. Toma ya coherencia. Gracias a la “constitucionalidad” de los partidos separatistas, el tal Puigdemont, al que quiere visitar de rodillas Pedro Sánchez, proclamó durante unos segundos la independencia de Cataluña, perdón, Catalunya. (Miren qué cosa más curiosa: el rey de España, el emérito, y el presidente del gobierno, in péctore, Puigdemont, ¡están en el exilio!) Como habrán podido comprobar, no le tengo mucho cariño a la ‘Contitusión’. Si España ha pegado el estirón en los últimos cuarenta años, no ha sido precisamente por la llamada Carta Magna: pregunten a vascos y catalanes. El Reino Unido no tiene Constitución. ¿Ustedes han notado alguna diferencia con los países que la tienen? Vamos anda. Ítem más: nuestra ‘Contitusión’, con su trato preferencial a los independentistas, manda huevos, se ha convertido en el hazmerreír de los tratados legislativos: no la respeta ni Dios. Acerquen el oído a cualquier aula de Catalunya y verán en qué idioma se habla. Así es: el español, en contra de lo que dice la ‘Contitusión’, ha sido laminado. ¡Hasta los médicos se ven obligados a hablar en catalán! Digo yo que nosotros podríamos hacer lo mismo con el paraíso de Valdecañas, si el ‘Contitusional’ decide su demolición: pasarnos por el forro la ‘Contitusión’. ¡Y lo mismo con Almaraz! Pero no acaban ahí los disgustos. Por si faltaba algo para el euro, esta mañana me desayuno con la noticia más deprimente: ¡España no participará en Eurovisión por culpa de Israel! Ni ganas tengo de salir a la calle. Qué voy a hacer yo sin la ilusión de ver a los miles de participantes (de dónde habrán salido tantos países nuevos), cada uno ataviado de la forma más extravagante, extraordinaria, extraterrestre, exhalando las canciones más estrafalarias, al son de las danzas más epilépticas,... y encima, sin ser capaz de averiguar, ni falta que hace, a qué sexo pertenecen, de las docenas de géneros que han surgido recién. Y ya para el ‘arremate’, se nos ha ido Sabina, de los escenarios, claro. Volverá, ya lo verán: como Morante. Y si no, siempre nos quedará la gracia, la belleza y la verdad de sus versos: “Que no te cierren el bar de la esquina”. Allá voy.

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