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LOS MENAS

Llueve a manta de Dios, llueve como cuando yo era niño, que había semanas en que mi padre no podía salir al campo a arrancar la carga de escobas, 20 pesetas le pagaban en la tahona, porque el burro Porra se atascaba en el barro hasta los corvejones, que no sé ni cómo pudo llegar a los 93, mi padre, con lo mal que se llevaba con el Señor, a juzgar por la cantidad de alabanzas que echaba por aquella boca. Bien podría, por tanto, escribir sobre la lluvia, esa bendición del cielo, pero no pienso hacerlo hasta que las fuentes campestres de mi infancia vuelvan a manar durante todo el año, inacabables veranos incluidos, claro, aquellas fuentes que brotaban en el sitio menos esperado, provistas que estaban todas de un jarro de metal ‘reluciente’, cubiertas la mayoría por una bovedita de piedras, que de eso se encargaban los pastores en sus interminables horas al cuidado de tan aplaciente ganado. Lo dicho, que no pienso hablar de la lluvia. Ni tampoco del frío -qué frío ni qué leches-, hasta que no vuelva a ver cubierta de carámbano la charca de mi pueblo, que hace más de seis lustros que no acontece, que aquello sí que eran temperaturas para sacarlas en los telediarios, llenas de sabañones, y no las que sacan ahora, ni frías ni na. De qué hablo entonces, ¿de Trump, el Ruiz-Mateos americano, el patrón de los botarates enriquecidos?, ¿del inevitable Ábalos y sus múltiples Jésicas?, ¿de la nueva Hipatia de Alejandría, la doctora María Jesús Montero?, ¿de la resucitada María Zambrano, Yolanda Díaz?, ¿del hijo adoptivo de la Diputación de Badajoz? Calla, mujer. Por quién me has tomado. De ellos ya hablan a diario, qué horror, el medio millón de individuos que se dedican comentar la cosa política, lo cual no deja de ser una forma de degradación, pues que, tal que dijera Cela, ese genio, los políticos son casi todos personajes de tercera, sí, a los que, llegada la tesitura, no se les pone nada por delante: todos (salvo algún que otro Adolfo Suárez) acaban pasándose el ordenamiento legal por el forro de los epiplones (a la whikipedia): mira a tu alrededor. Una forma de degradación profesional, decía, pero absolutamente imprescindible: si no fuera por la prensa libre, e independiente, los personajes de tercera serían imparables en sus tropelías. ¿Pero no iba usted hablar de los ‘menas’? Pues claro. El otro día, en una oficina bancaria, me encontré, de manera sorpresiva, con media docena de ‘primos hermanos’ de Camavinga, todos igualitos que él: altos, delgados, limpios, bien vestidos, correctos, educados. Pues bien, en los escasos minutos que estuve junto a ellos, me dio tiempo a pensar que esos muchachos, que hace tiempo que dejaron de ser menas, no merecen ser tratados como moneda de cambio política. Yo no digo que haya que tratarlos a cuerpo de rey, que tampoco es eso; pero sí con la imprescindible dignidad que merece toda persona por el hecho de serlo. Imaginen que esos jóvenes son de nuestra familia y ya verán qué bien se entiende.

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