UN JOVEN AFGANO
Agapito Gómez de la Villa
Este escrito, bien podría haber principiado con lo de Terencio, uno que venía en la 'alineación'
junto a Plauto, al menos en mi libro de historia: "Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno".
Pero presiento que quedaría un poco forzado; no como a Unamuno, que le queda tan apropiado
en el inicio "Del sentimiento trágico de la vida". Bueno, al grano.
Cuando me hice un jovenzano, cada vez que echaban en la tele una película cómica y antigua,
de cuando el blanco y negro, y veía la fecha del rodaje, entre 1936 y 1939, con tristeza y cierto
enojo juvenil y utópico, me hacía siempre la misma reflexión: ¿cómo es posible que aquellos
señores del cine viviesen aquel tiempo como si tal, mientras en España la gente era asesinada de
modo alevoso, mayormente en la deleznable, deplorable, execrable, detestable, abominable
retaguardia, en donde afloraron y se multiplicaron todos los odios.
Serían cosas de muchacho, ya digo, pero la inercia de aquella pesadumbre me llegaría hasta la
Olimpiada de Barcelona, 1992 (lo recordaba el otro día): cuando durante la fastuosa inauguración,
me enterase de que justo en aquellos momentos, una ciudad no muy lejana, que años atrás fuese
también olímpica, Sarajevo (Juegos de Invierno), estaba siendo salvajemente bombardeada,
masacrada, derruida.
A cuento de qué todo esto. Muy sencillo: porque, a sabiendas de que este escrito no saldrá de
Extremadura, pero conociendo la que está cayendo en Afganistán, soy incapaz de dedicarle el
escrito, un suponer, al asunto del que medio mundo vive pendiente, sí: el fichaje o no por el Real
Madrid del astro francés, Kylian Mbappé. O, en su defecto, a la visita de Pedro Sánchez a
Navalmoral, en la que habló de un tren que por lo visto corre mucho y que estará en
funcionamiento ¡el año que viene!. Cualquiera de los dos asuntos habría resultado más lógico y
cercano, claro. Pero es que lo de Afganistán, "ese fracaso", me tiene soliviantado, y no sólo por el
impacto de la sangrienta masacre del otro día, sino por lo que se avecina: no le arriendo las
ganancias a los afganos que, habiendo mostrado alguna proclividad hacia los invasores
occidentales, no hayan podido escapar del infierno. Del nuevo/viejo ¿estatus? de la mujer, ni
hablamos.
Pero, ante todo y sobre todo, escribo estas líneas porque estoy seguro de que dentro de algunos
años, cuando un niño afgano vea las imágenes de la presentación mundial, ojalá, de Mbappé con
la camiseta del Real Madrid, se dirá con tristeza y con rabia lo mismo que yo me dijera ante las
películas en blanco y negro: cómo es posible que el mundo viviera expectante aquel evento,
mientras aquí se mataba a las personas como a ratas (no digamos si mataron a sus padres, tal
que le había sucedido a la joven guía que nos llevase de Dubrovnik a Mostar).
Para que ese niño no me reproche nada, he escrito estos renglones.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...