ESTOY QUE NO VIVO
Agapito Gómez de la Villa
"Vivo sin vivir en mí". Como la Santa de Ávila. Con la diferencia de que yo no 'muero porque no
muero', que no tengo como muchas ganas.
Semanas llevo preocupado por mis queridos parientes, los periodistas: los de la tele
mayormente. Señor, qué será de ellos cuando la pandemia amaine definitivamente. No consientas
el nuevo verso del inalcanzable Quevedo: "El paro crecerá en diluvio", que dijera en la ocasión del
duque de Osuna: "El llanto militar creció en diluvio", el mejor verso jamás escrito en castellano,
según Borges. Ahí los tienen ustedes, empeñados en estirar como un chicle la quinta ola,
aplicándole la misma intensidad dramática que a las dos o tres primeras, cuando el número de
muertos era pavoroso, para lo cual, nos 'venden' como enfermos a los miles de contagiados
asintomáticos, deportistas famosos incluidos. Como será la cosa que hasta el bueno de Carlos
Herrera, un dechado de moderación y respeto, no ha muchos días puso el grito en el cielo por el
trato que se estaba dando a la quinta embestida: "Como si no hubiese una vacunación masiva". Y
remató: "Un poquito menos de dramatismo habría sido suficiente". Algo parecido a lo que le dijera
Josep Pla a Umbral, cuando "Mortal y Rosa", desgarrada 'elegía' a la muerte de su hijo: "Con un
poquito menos de lirismo, nos habría bastado". Imagino la contestación: "Es que a usted no se le
ha muerto". Eso mismo dirán de mí las familias que hayan tenido la desgracia de haber perdido,
recién, a uno de los suyos a causa del virus. Y tendrán razón. Pero una cosa es la muerte,
siempre dolorosa, y otra muy distinta el tratamiento informativo magnificado, tergiversado,
exagerado. ¿Se imaginan que a diario se publicasen los fallecimientos acaecidos en toda España
por la enfermedad cancerosa, mucho más numerosos estos días que los del virus?
Otra preocupación. Por si fuera poco lo de la mansedumbre de la quinta oleada (benditas sean
las vacunas), llega el mes de julio, y en lugar de comportarse como siempre, va y nos obliga a
salir con un jerselito por las noches, que hasta frío hemos pasado algunas mañanas. Pena grande
me daba ver a las mujeres y los hombres del tiempo hablando de lo suyo sin el entusiasmo
habitual, al no tener una olita calurosa que llevarse a la boca; y lo que es peor: sin poder dar los
sabios consejos que dan, que hasta a la Olimpiada japonesa han llegado. ¿O no? Menos mal que,
¡por fin!, agosto ha irrumpido con la fuerza de toda la vida. Ya tenemos, pues, a los Braseros/as de
guardia, contentos cuan castañuelas. Pero la felicidad nunca es completa, ay. Cuando ya estaban
regodeándose con las anheladísimas temperaturas de récord, llegan los italianos y les fastidian
(con jota) el verano: en Siracusa, el pueblo del gran Arquímedes (gracias a él flotan los barcos),
los termómetros han alcanzado el nivel más alto registrado en Europa: 48,8 grados. Maldita sea.
Me lo dijo mi dilecto amigo, Manuel Encinas, más de cuatro décadas ya: “Abre la consulta”. Y como el consejo venía de una persona que tenía muchos dedos mentales de frente, abrí la consulta. Total, que toda la vida he trabajado para la seguridad social y para MUFACE, el funcionariado, mayormente de la docencia. Incluso me dio tiempo de ser médico de la institución penitenciaria, diez años. O sea, que conozco el paño como el primero. Por eso, cuando el otro día leí que la ministra de sanidad mostraba su decepción por la continuidad de MUFACE, me dije para mí: “Esta mujer no sabe lo que dice”. Nadie discute que el sistema nacional de salud, la seguridad social de toda la vida, es de lo mejorcito que hay por esos mundos de Dios: gracias al sistema MIR, claro, que no es otro el secreto. Pero no es menos cierto que, teniendo como tiene el funcionariado la posibilidad de elegir entre el sistema nacional y el de MUFACE, al iniciar su andadura profesional, y una vez al año para cambiars...