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El pago por receta y los frascos 18/3/12

18/3/12




  Aunque sea mera anécdota, escribo, año de conmemoración constitucional, la de 1812, en el salón de los ponentes, parador de Gredos, lugar donde fuera pergeñada la vigente constitución, tan zarandeada, ay. Por no resultar irreverente, no lo hago en el mismo altar, o sea, en la mesa alrededor de la cual se sentaran los ponentes, pero aquí estoy, en una mesita próxima.

  No hay nada más gratificante que el que la historia le coma a uno en la mano: el pago por receta, un suponer. Varios siglos ha, dije en estas páginas que era perentorio el que los pensionistas pagasen una cantidad módica por cada receta, ¡cincuenta pesetas!, medida más disuasoria que recaudatoria. Es que, como saben, el asunto acaba de estallar con todo su esplendor. En Cataluña, perdón, en Catalunya, ya se ha montado el pollo: ¡un euro por receta! Me apuesto lo que quieran a que dentro de cuatro días la medida se extenderá al resto de España como una mancha de aceite. ¿Que por qué no se hizo antes, si todo el mundo sabía que el gasto farmacéutico era una locura? ¿Qué pregunta? Porque los políticos están todos atacados de una gravísima enfermedad: seguir en el poder a cualquier precio. Y así no había manera. ¿Es que los actuales están a salvo de la enfermedad? Qué va, hombre; qué va. Lo que pasa es que a la fuerza ahorcan: con la crisis, han visto que esto es insostenible. O se toman medidas, drásticas, por supuesto, o el sistema sanitario se colapsa. Si no lo ha hecho ya es gracias a los miles de asegurados que se han salido del sistema pagando una póliza privada, por cierto, forma de asistencia denostada por algunos ¿ideólogos? socialistas: los resentidos, los envidiosos, los fracasados, los ignorantes (todo viene a ser lo mismo). Y no acabará ahí la cosa. Si se le quiere dar un poquito de racionalidad a algo tan serio, tan costoso, tan importante, tan trascendente como es todo lo relacionado con la salud, no quedará más remedio que empezar a cobrar una módica cantidad, ¡disuasoria!, a todo el que acude a un servicio de urgencias, con el fin de evitar que sean colapsados por aquellos irresponsables que lo hacen por dos estornudos, que los hay, lo que yo le diga a usted. (Lo de los centros de salud lo dejaremos para la próxima crisis.) ¿Ha quedado claro?

  Pasemos a otro asunto. Comoquiera que los que llevan la cosa sanitaria, estos y los anteriores, no tienen ni idea del particular (hubo un imbécil que elevó los pañales de incontinencia a la categoría de medicamento), ¿a que no se pueden imaginar de dónde han decidido recortar? Agárrense: ¡de los frascos de alimentación complementaria que precisan algunos enfermos de cáncer! Después de marear la perdiz, que si se necesita informe del especialista (¿somos gilipollas los médicos de cabecera?), que si sonda nasogástrica,  que si el protocolo, ¿saben cómo he acabado resolviendo el asunto en un anciano operado de cáncer de estómago, que se había quedado en los huesos? Con las muestras gratuitas que nos dan los delegados. Vergonzoso. Con lo fácil que sería ahorrar donde no se hace daño: echando a la calle a los cientos de cargos sanitarios, altos y bajos, cuya labor no sirve para nada; o cerrando la Asamblea; o la televisión autonómica.

 

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