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Los geriatras son culpables


 4-3-12

    Los geriatras son los culpables, sí, de que el día de mañana no haya pensiones para todos. Como lo oyes. Por su culpa, por su grandísima culpa, los viejos se mueren diez años más tarde, que le entregas un anciano hecho un pobre guiñapo, atiborrado de pastillas, y en cuatro días te lo devuelve hecho un quinto. Bueno, un quinto no, que ya no hay quintos, como cuando la mili era obligatoria. Boutades aparte, los geriatras hacen verdaderos milagros con los ancianitos, que por/para algo hacen una dura especialidad. Antes de nada hay que aclarar que, del mismo modo que la biología de un niño no es la de un adulto pequeñito, la del anciano no es la de un adulto avejentado. El anciano tiene una biología propia, lo que determina, y de qué manera, la diferencia respecto del adulto, en todas y cada una de sus funciones vitales. Muchas son las teorías al respecto (consúltese “Geriatría desde el principio”, del profesor Macías Núñez, mi dilecto amigo), pero, ni éste es el lugar, ni creo que haga falta insistir sobre el particular para que me entiendan. Nada, pues, más lógico y natural que el que existan dos especialidades como la copa de un pino, dedicadas a sendas etapas de la vida, tan radicalmente distintas, cual la infancia y la senectud: pediatría y geriatría. (Los geriatras son los pediatras de los viejos.)  

   A estas alturas de la liga, ¿duda alguien de que el niño enfermo donde mejor está es en  manos del pediatra? En efecto, la pediatría ha ido creciendo en sabiduría y extensión, llegando hoy su onda expansiva, felizmente, hasta los últimos rincones del orbe rural. Sin embargo, sin saber por qué, no sucede lo mismo con la geriatría. Al día de hoy, los geriatras siguen confinados al ámbito hospitalario, tan necesarios por otra parte, cuando lo lógico sería que estuviesen, tiempo ha, integrados en la medicina ambulatoria. Como los pediatras. ¿Por qué los unos sí y los otros no? Que alguien me lo explique. El agorero de guardia ya estará pensando en que no corren buenos tiempos para la lírica senecta, lo del dinero y todo eso. Muy al contrario. Está demostrado que por cada geriatra ejerciente, se produce un ahorro económico impresionante. ¿Que cómo es eso posible? Por dos razones fundamentales. Una, porque los ancianos tratados por geriatras generan muchos menos ingresos hospitalarios; y dos, porque, en manos del geriatra, el anciano pasa de tomar tres puñados de pastillas diarias, a la mitad como mucho. El cardiólogo sabe mucho de cardiología, y pone su tratamiento. El urólogo sabe mucho de urología, y pone el suyo. El digestólogo lo sabe todo de lo suyo... Y así seguido. Además de los granos de arena que aportamos los médicos de cabecera. Total, que cuando el anciano llega al geriatra, lleva una bolsa repleta de medicamentos hasta las trancas. Y eso no hay cuerpo que lo aguante. Entonces, llega el geriatra, que tiene una visión global del enfermo (para eso ha estudiado), empieza a quitarle pastillas, y te lo manda para casa hecho un chaval, o chavala, claro.

  Lo que me voy a reír el día de mañana cuando esto, la geriatría ambulatoria, que hoy los torpes ven como algo imposible, acabe cayendo como fruta madura. De balde lo hemos de ver.

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