2/1/2011
Lo juro por mi conciencia y honor: en las
próximas elecciones generales votaré a los socialistas. ¿Que se me ha ido la
pinza? De eso ni hablar. Un gobierno que ha tenido los santos colones (léase lo
que proceda) de imponer la bendita norma que prohíbe fumar en los lugares
públicos cerrados, merece un respeto. Y el mío lo tiene a manos llenas,
faltaría más. Lo que no fue capaz de hacer el gobierno del PP, ni siquiera
cuando tuvo mayoría absoluta (cobardía se llama esa figura), ha decidido
llevarlo a cabo un gobierno moribundo, que a lo mejor es por eso, porque ya la
hecatombe es ineluctable. Pero a mí eso me da lo mismo. A mí lo que me importa
es el hecho en sí. Y por eso pienso votarlo. En señal de agradecimiento. ¿Que
los gobiernos socialistas son un desastre sin paliativos? De acuerdo. ¿Que el
PSOE es el refugio de mucho inepto, embarnecido además con la pátina del sectarismo?
De acuerdo también. Pero, amigo mío, lo primero es lo primero. Y lo primero es
la salud. ¿O no? ¿O es que a estas alturas del campeonato hay alguien que se
atreva a poner en duda la nocividad del tabaco? Nada me extrañaría que todavía
quedase por ahí alguno de esos que dicen que de algo hay que morir y otras
ingeniosidades por el estilo.
Tres
décadas, tres, llevaba intentando dejar el humo del tabaco, y por fin voy a
conseguirlo. En esos treinta años, me he visto obligado, sí, a inhalar el humo
de miles de cigarrillos, ajenos, por supuesto, mayormente en bares y restaurantes.
Alguno dirá que la culpa ha sido mía, por entrar en esos lugares. Eso está
claro. Pero ¿por qué tendría que haber sido yo el sacrificado? ¿Por qué tendría
yo que haber renunciado a la sanísima costumbre de tomar unos chatos de vino o
compartir una comida con los amigos? (con los enemigos, ni a recoger una
herencia).
Durante treinta años, he sido un fumador
pasivo, es decir, un potencial integrante de los 3.000 españoles que mueren al
año a causa del humo ajeno (las cifras de los otros fumadores son aterradoras).
Maldita la gracia que tiene la broma. Lo he contado en anteriores ocasiones: un
hermano y ocho primos carnales de mi madre, ¡ocho¡, todos de la rama materna, han
muerto jóvenes de cáncer de pulmón, cuatro de ellos hermanos, fumadores empedernidos,
por supuesto. ¿Es o no para tomarse en serio el asunto?
Uno entiende, faltaría más, que haya personas
que quieran seguir fumando. Es más, por mí como si les regalan el tabaco. Pero,
por el amor de Dios, un mínimo de consideración con los demás. ¿Y qué me dicen
ustedes de los trabajadores de la hostelería? Cada vez que, en los últimos
tiempos, he visto a alguien echándole el humo a un camarero, se me revolvían
las tripas. Bien, muy bien por el gobierno, ya digo. No obstante, se me antoja
excesivo el castigo previsto para los que fumen en los ascensores, solos o
acompañados: lo del fusilamiento al amanecer es como demasiado.
Votaré, pues, a los socialistas. (Siempre que
desaparezca Zapatero, claro: jamás podré perdonarle ese estúpido empeño suyo de
resucitar el revanchismo guerracivilista entre los españoles.)