4-3-2011
Y alguna vez llegábamos hasta el borde mismo
de la mismísima carretera de Salamanca, tan lejos del pueblo, inacabables tardes
infantiles de primavera, yo, amedrentado como siempre, si se entere mi padre, me
mata. Y nos sentábamos en la pared de una cerca a contar los coches, uno de
tarde en tarde, y a calcular la velocidad a la que pasaban. Ése por lo menos
iba a 80. Pues yo creo que ése va a 90. Y de ahí no solía pasar nuestro
particular velocímetro. Salvo el del algún exagerado que se atrevía con la
cifra mágica: pues yo creo que ése iba a 100. ¡Madre, mía, a 100 km por hora!
Aquello ya era el súmmum, la cifra redonda, la barrera infranqueable: a 100 km
por hora. No recuerdo a ningún osado que se atreviese nunca con el 110.
Pues hete aquí que, medio siglo después, el
gobierno se ha atrevido y va a inundar autovías y autopistas con la cifra
mítica: 110. Ustedes, claro, se preguntarán por qué esa cifra. La explicación la
sabemos cuatro, y yo soy uno de ellos. La idea fue cosa de tres, que diría don
Guillermo: de Alfredo, de Pérez y de Rubalcaba, que como saben, son tres
personas distintas y un solo vicepresidente verdadero. Pero así como en la
Santísima Trinidad hay uno que manda más que los otros, aquí el que manda es Rubalcaba.
Rubalcaba es del Madrid y en el Madrid juega Cristiano Ronaldo, que como todo
el mundo sabe es el tío que golpea la pelota con más fuerza: a balón parado no
hay quien le gane. Pues bien, un día que Rubalcaba estaba viendo un partido en
su casa, los de la tele calcularon la velocidad de la bola y dijeron que la
había propulsado a la increíble velocidad de 110 km por hora (en metros por
segundo sería lo suyo, pero como los del deporte son unos pobres acomplejados,
habrá que dejarlos con su infantilismo). Creo que no hace falta seguir. Si 110
es una velocidad impresionante para un balón, pensó don Rubalcaba, por qué no
va a serlo para un coche. Dicho y hecho: nada más acabado el partido, llamó a
Pere Navarro, el del tráfico, y se lo dijo: en adelante, a 110 como mucho. Ante
la sorpresa de Navarro, Rubalcaba le sacó a relucir lo de Cristiano, con lo
cual, el otro no tuvo más remedio que callarse. Sin embargo, listo y rápido que
es, no tuvo reflejos para contestar a Fernando Alonso con tan contundente
argumento. Y se lió hablando de que los conductores americanos no conducen
dormidos y todo eso. Con lo que se demuestra que nadie es dialécticamente
perfecto, ni siquiera Rubalcaba.
Volvamos a la carretera de Salamanca. Por lo
visto, la que tiene un disgusto tremendo con la medida es la alcaldesa de
Cáceres. Me explico. La mujer estaba muy ufana porque la calle que va desde la
Cruz de los Caídos, con perdón, hasta la antigua carretera de Salamanca se
había convertido en la única vía urbana de España donde, si no pillabas ningún
semáforo en rojo, los coches (y los ‘amotos’) podían alcanzar los 200 km por
hora sin que nadie les fuera a la mano. En adelante, se acabó lo que se daba. A
110 como mucho. Lo siento, señora alcaldesa.