31-10-2011
Felicísima expresión, aprendida de una
psicóloga muy lista: salario emocional. No creo que sea necesario explicar en
qué consiste, o tal vez sí. Se trata del reconocimiento a la labor profesional de
parte del personal circundante, que por lo visto es algo que, según los
estudiosos de la condición humana, todos necesitamos, en mayor o menor grado,
salvo Cajal, de portentosa voluntad, que hubiera continuado toda su vida pegado
al microscopio, aunque nadie le hubiese mostrado la mínima consideración. “Lo
estás haciendo muy bien” (aunque lo estés haciendo solo regular). En ciertas
formas de trabajo, esas cinco palabras, pronunciadas por algún jefe, valen más
que un día de siega. En ciertas formas de trabajo, en efecto, porque lo que es
en otras, jamás recibirás ni una palabrita de reconocimiento de parte de los
jefes, pobrecitos (los jefes). A pesar de ser algo que redunda, mayormente, en
la buena marcha del negocio, pues que el operario que recibe dicho salario, se
pone a trabajar como una moto. Treinta y tres años llevo en el oficio y jamás
he recibido una palabra de aliento, no ya de reconocimiento, del personal
suprayacente: ni de la institución penitenciaria, en la que trabajé diez años, ni
del Insalud, ni del SES, ni del padre que los fundó. Ni tan siquiera una
llamadita para decirte: “Cómo va eso.
Bueno, pues si necesitas algo, ya sabes dónde nos tienes”.
¿Quiere eso decir que los sanitarios no
cobramos salario emocional? Calla, hombre, calla. Lo que pasa es que, a falta
del reconocimiento de los jefes, pobrecitos, lo recibimos de otras instancias. Bastante
tienen ellos, los pobres, con estar pendientes de que no los destituyan (cesar
dice el analfabetismo rampante). Resulta que el otro día, una de esas empresas
que hacen preguntas a mucha gente, Metroscopia se llama, publicó una
macroencuesta, cuyo resultado no puede ser más alentador: médicos y científicos
figuramos a la cabeza en valoración social, seguidos de cerca por los enseñantes.
Toma ya salario emocional. Eso, más que un salario, es una indemnización como
las que se asignan los de las cajas de ahorros, (¡arruinadas!), cuando se van,
qué tíos tan sinvergüenzas. Hay empero, otras formas de salario emocional, más
inmediatas, cual es el trato cotidiano con el paciente: su confianza y su
afecto, por no hablar de los obsequios en especies, tal que aquella media
docena de huevos que me llevaba una ancianita, cada día que acudía a la
consulta, o el paño de cocina que me trajo otra de Portugal, una vez que fue, o
la manzana que me llevaba otra del mercado franco (una magdalena, a veces) y
algunas que otras joyas más, pues de auténticas y verdaderas joyas se trata,
infinitamente más valiosas que las otras, dónde va parar.
Y ya para acabar, el desiderátum de los
salarios emocionales: el homenaje de despedida que el otro día el pueblo
entero, Aliseda (la de Cáceres), rindiera al médico que lo fuera del lugar
durante veinticinco años, el doctor Ruiz Jarillo, don Emilio. Mi enhorabuena
más sentida, querido compañero, extensiva a todos los médicos rurales, cuya
impagable labor, nunca será suficientemente valorada. Así que ya sabéis,
admirados colegas: a falta del salario emocional de parte de los jefes, pobrecitos,
perdonadlos, aquí tenéis mi público reconocimiento. Gracias sean dadas al HOY,
claro.