16-10-11
Lo dijo
el otro día Rubalcaba, con esa forma tan didáctica que tiene de decir las
cosas, ambos índices apuntando al cielo: “Un político, un sueldo”. Y le
aplaudieron. Pero muy tibiamente, ay. Es que seguro estoy de que entre los
asistentes había un buen avío que cobra más de un sueldo. Lo que yo te diga a
ti. No sé si don Alfredo ha cobrado alguna vez más de un jornal, pero lo que sí
es cierto es que la ‘ley de incompatibilidades’, a estas alturas de la liga,
vergonzosamente, repugnantemente, odiosamente, execrablemente, deplorablemente,
lamentablemente, asquerosamente, aún no ha llegado al mundo de la política. A
cuento de qué, si no, iba a decir don Alfredo lo que dijo. Y digo ‘a estas
alturas de la liga’ porque no se me puede olvidar que, nada más acceder al
poder el señor que se ha declarado “militante, no simpatizante” del partido
socialista, toma ya, el señor que últimamente está siempre cabreado, Felipe
González (otro ídolo caído), lo primero que hizo fue quitarnos un puesto de
trabajo a los que teníamos dos, ganados por oposición. Y resulta que ahora, treinta años después de aquel expolio, nos
viene con éstas un señor que, cuando entonces, ya andaba a la vera del señor
González. A propósito: quiero también enviar un recadito a los Aznares (tomo
prestada la palabra de Umbral, “La leyenda del César Visionario, magnífica
obra, excelsa prosa), esas mosquitas muertas que, en el tiempo que mandaron, no
hicieron los elementales deberes al respecto: ‘un político, un sueldo’. Es que
hay que ser muy sinvergüenza para aplicar una norma a la ciudadanía y no hacer
lo mismo con la llamada clase política. Asco me da hasta recordarlo.
Por la misma
regla de tres, podía haberle quitado una vivienda al que tuviera dos. O una
finca al que tuviese más de una. ¿Qué diferencia hay entre quitarle a uno un
puesto de trabajo, sin incompatibilidad horaria, y quitarle una casa? Anden,
señores juristas, díganmelo. Y hablando de juristas, el señor González no nos
dejó ninguna escapatoria. Me apuesto la mitad del bigote a que le dijo al
presidente del Tribunal Constitucional, nombrado por él, si no me equivoco, su
amigo Francisco Tomás y Valiente,
brutalmente asesinado por un loco de la eta: “Tú di que la ley es
constitucional”. Dicho y hecho: la ley fue declarada constitucional. Las mismas
razones esgrimidas para declararla ajustada a derecho, había para lo contrario.
¿Que no? Demuéstrenmelo. Bueno, vamos a dejarlo, que me dan ganas de acabar
este asunto al ‘perez-revertiano’ modo: tal que acabase su artículo del pasado
domingo.
‘En otro
orden de cosas’, que diría un periodista sin recursos mentales, el señor
Rubalcaba quiere reducir el número de diputados a Cortes, o sea, adelgazar la
cosa pública para ahorrar dinero, que buena falta nos hace. Pues bien, le voy a
recordar a don Alfredo que su novísima idea ya fue expuesta en este periódico,
tiempo ha. Es muy sencillo. Como es sabido, los señores diputados usan una
llave para votar, y que, más allá de eso, no hacen gran cosa. Pues está
clarísimo, alma de cántaro. En lugar de diputados de carne y hueso, el cabeza
de lista de cada partido obtendría llaves. ¿Me entienden ustedes, verdad? El
ahorro sería épico.