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Lana del Rey

29-1-12


  Tranquilos, tranquilos, no voy a hablar del rey, que no está el horno monárquico para bollos, que ya tiene su majestad suficientes quebraderos de cabeza con las andanzas financieras, no muy ejemplarizantes, de su yerno y la esposa de su yerno. Y lo que te rondaré, morena, pues que, dada la marcha de los acontecimientos, lo peores dolores están por llegar. O sea, que a pesar del título precedente, lo que sigue nada tiene que ver con el refrán que hace referencia al tejido lanar: que unos tienen la fama y tal, mientras otros cardan la lana. Dejemos, pues, el mundo de las tribulaciones regias y vayamos con algo más agradable, que siempre hay algo agradable por donde escaparse, que no todo va a ser paro y desesperanza. ¿Que no? Lo del paro es una realidad, sí; pero la desesperanza es un estado de ánimo. Así que síganme.

   En esto que, no ha muchos días, recibo un correo del hagiógrafo de Ibarra y de Monago (búsquese significado en el DRAE, 2ª acepción), Tomás Martín Tamayo, quién si no. Se trata de la felicitación navideña de unos móviles americanos: una cosa grandiosa, deliciosa, maravillosa. Pero ahí no acaba la historia. Una vez contemplado el asombroso espectáculo, aparece en pantalla una cuadrícula con letreros en inglés, en los que me llama la atención uno en español: Lana del Rey. Con las mismas, le doy al puntero y aparece la gran sorpresa: una bella joven cantando una bella canción, manos negras al piano, “Video Games” es su título, que de inmediato me cala hasta los huesos. Me cala, sí, hasta las entretelas, porque, aparte de la belleza de la composición, la voz y la imagen de la joven rezuman una ingenuidad y sensualidad alarmantes, asimetría labial incluida, que se conoce que al cirujano se le fue la mano; una voz nueva, distinta, propia, que ya lo dijo Cela, que, según puede leerse en “La Rosa”, odiaba la música: lo importante es tener voz propia, y lo demás son ganas de marear. Pues eso.

  ¿Quién será esta Lana del Rey?, me digo. Y me pongo manos a la obra. La niña, 25 años, neoyorquina, se llama Elizabeth Grant y su nombre artístico es al parecer una combinación del de la actriz Lana Turner y el Ford del Rey, un coche de lujo que hubo en los 80 (allá ellos). Eso es, al menos, lo que reza en su biografía internética (necesario neologismo). Alguien dirá que esto mío son veleidades de viejo: por la belleza de la muchacha y tal. De eso nada, monada: de música es de lo único que entiendo, bueno, y un poquito de escritura. En ambas materias, donde pongo el ojo, pongo la bala. Lo que yo te diga a ti. Algo ha de tener el agua de Lana cuando la bendicen: anteayer mismo, en el programa “24 Horas” de TVE, me topé con el final, ay, de la canción, publicitando la programación. Lana del Rey es, sí, un manantial de agua bendita y fresca, joven y bella.

  Y aquí dejo esta reflexión. ¿Hay derecho a que yo pueda disfrutar, y de qué manera, del trabajo realizado por otras personas, gratis total? Digo yo que algo habrá que inventar para arreglar semejante injusticia. Los artistas también tenemos que comer. ¿O no?


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