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La ley de la reflexión

22-5-11


   No me refiero a la ley de la reflexión de la luz, cuyo tratado, según los entendidos, es suficiente para que su autor, Newton, sea considerado uno de los más grandes talentos de todos los tiempos, sin necesidad de que la manzana le cayese en la mollera: “el ángulo de incidencia es igual al ángulo de reflexión”, y todo aquello que aprendiésemos en el bachillerato, de cuando el bachillerato de los pobres era igual que el de los ricos, o mejor, que dice Pániker que lo importante es un buen bachillerato, que luego, la carrera es puro trámite, en fin. Quiero hablarles, claro es, de la jornada de reflexión.

   Como es sabido, la jornada de reflexión comienza en el momento en que se acaba la campaña electoral, doce de la noche del pasado viernes, en la presente ocasión. Es imposible, claro es, reflexionar en pleno fragor mitinero: promesas por aquí, promesas por allá, piropos al adversario por aquí, flores al contrario por acullá, concentraciones de indignados por aquí, reuniones de indignados por allá, etc. Pues bien, a las doce en punto, me puse a reflexionar con todas mis fuerzas,  que se piensa con todo el cuerpo, según Nietzsche. Mas hete aquí que, cuando llevaba meditando escasos minutos, el voto ya casi definido/decidido, me quedé dulcemente dormido. Hoy, sábado por la mañana, me he levantado con la intención de seguir reflexionando, y me he encontrado que lo de anoche ya no me sirve; ya saben lo del ritmo circadiano: no es igual el nivel de neuropéptidos nocturnos que diurnos, que “por la noche vamos todos a Madrid, y por la mañana nos quedamos todos aquí”. Total, que he tenido que empezar de nuevo. Y mientras me afeitaba, he vuelto a entrar en trance ‘votacional’, trance que ha durado lo que dura el afeitado, pues que, de inmediato, me he puesto a pergeñar este artículo, que uno sólo dispone de la mañana del sábado, ay, para comunicarse con ustedes. La reflexión, pues, ha vuelto a quedar en suspenso. Cuando acabe el escrito, meditaré otro rato, pero al mediodía he quedado con unos amigos para tomarnos unos chatos, por la cosa de mi cumpleaños y tal (el pasado 18; muchas gracias). ¿Qué tiempo me queda para reflexionar? La tarde del sábado. Pero, encontrándome en Madrid como me encuentro, ¿cómo no acercarme al Bernabéu a ver a Ronaldo marcar dos o tres goles y conseguir el Pichurri como máximo goleador? (yo no aceptaría nunca un premio con ese nombre).

  La soberanía reside en el pueblo. O sea, en su voto, de usted, y en el mío. ¿Que no se lo cree? Por un solo voto, el suyo, se puede decidir un concejal, y por tanto, el alcalde de su pueblo para cuatro años, lo que no es ninguna tontería. Por un solo voto, el suyo, se puede decidir un puesto en la Asamblea, y por tanto, el presidente de Extremadura -¿Varas o Monago?-, lo que es ninguna tontería, funcionando ya esto nuestro como un Estado Federal, con muchos más jefes que indios.

  Demostrada, pues, la trascendencia del voto, se me antoja muy escaso el tiempo que se nos da para la reflexión. Yo al menos necesitaría quince días. Como poco. (Ahora que me acuerdo: ¡voté por correo hace una semana! ¡y sin acabar de reflexionar!)

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