18-12-11
Veo a Antonio Vázquez en la portada del HOY de
ayer, con su noble aspecto de senador, y me digo ipso facto: ésta es la mía.
Nos conocimos en Hervás, años setenta, tomando unos vasos de vino: él,
secretario del ayuntamiento; yo, estudiante de medicina, en cata de mi novia,
maestra en el lugar. Primera y única vez que cruzásemos unas palabras. Luego de
un siglo sin vernos, al saludarnos como conocidos, que no amigos (amigos somos
ahora) me llevaría una buena sorpresa: Antonio recordaba a la perfección el tema
de aquella conversación de barra de un bar. Ese detalle fue suficiente para darme
cuenta de que estaba ante un hombre de notable inteligencia, que es la cosa que
uno más admira en los demás, detrás justamente de la bondad, virtud de la que
tampoco está exento. Total, que con esas mimbres y el afecto y la generosidad
con que siempre me ha tratado, estaba claro que teníamos que terminar teniendo
una buena amistad. Así es.
Al grano. Dice
Antonio Vázquez que es una lástima que el partido socialista esté
desaprovechando la experiencia, la fuerza, la contundencia y el afán de Rodríguez
Ibarra (por cierto, nadie ha poetizado el afán como Luis Landero). Tal vez no
le falte razón. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que es una
verdadera pena que dicho partido esté dilapidando la experiencia, el talento,
la bonhomía y el buen hacer de Antonio Vázquez. Ah, y el ingenio, esa faceta
alacre de la intelección, que Antonio mantiene intacta a sus jovencísimos
setenta y cuatro años. Cada vez que alguien pone a parir a los socialistas,
algo corriente hoy, gracias a las frivolidades perpetradas por Zapatero (se
torea como se es, dijera Belmonte), es corriente que alguien diga: hombre,
algún socialista habrá bueno. Y ese es el momento en que siempre me acuerdo de
Antonio Vázquez. Es que Antonio es, sí, uno de los pocos socialistas, de los
que alguna vez tuvieran mando en plaza, que conserva intacto todo su prestigio
de socialista viejo, de lo cual presume, y lo cual lo dignifica, aún más, si
cabe. Dicho de otra manera, en esta época de socialismo desnortado, derrotado,
desmoralizado, si yo fuera socialista, desprestigiados los grandes popes
contemporáneos, los González, los Guerra, los Chaves, ¡los Zapateros! y por ahí
seguido, me agarraría como a clavo candente a un referente ético: Antonio
Vázquez. Una cosa parecida a lo que hacen los cristianos, que en los momentos
de tribulación eclesiástica, se agarran a la figura de Jesucristo, dicho sea
sin ánimo de ofender a nadie (lo digo por la comparación).
Por todo lo que
antecede, me he atrevido a nombrar senador a Antonio Vázquez: en el triple
sentido del verbo nombrar (consúltese DRAE), y en el sentido primigenio,
histórico, de la palabra senador, de ‘senectus’, que en latín significa viejo. Contéstenme,
señores socialistas: ¿por qué Antonio Vázquez no está sentado hace décadas en el
Senado, si tiene todas las hechuras de un senador romano? Lo ha dicho el mismo
Antonio Vázquez: la culpa es de la “inercia política” de su partido, de los
partidos. En efecto, esa dañina inercia, aderezada de vil clientelismo, es lo que
propicia que en las listas electorales no figuren los mejores, ay: el senador
Antonio Vázquez, un suponer.