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Fernández Vara y los pepinos

5-6-11


  Tranquilo, tranquilo. El señor Vara no tiene nada que ver con los pepinos, que tantos dolores de cabeza nos están dando. Se trata de un título periodístico. Cada uno va por su parte.

   Vara. Con tal de perder de vista a caras tan vistas (de todo se cansa uno), nada me hubiera satisfecho más que ver al señor Monago abriendo las ventanas, levantando las alfombras y despidiendo a tantísimo medrador; pero mira por dónde, una vez conocidos los elevados precios de la oficina del señor Ibarra, he llegado a la conclusión de que Vara debe continuar veinte o treinta años más. ¿Que por qué?  Muy sencillo. Porque existen muchas posibilidades/probabilidades de que a la vuelta de unos años, los extremeños no tengamos dinero para otra cosa que para pagar las oficinas de los expresidentes. ¿Que ya estoy con mis exageraciones? De eso, ni parler. Sígame y se lo demostraré.  

  Si IU se decidiera por el señor Monago, don Guillermo, acogiéndose al estatuto de los expresidentes aprobada por la Asamblea (¡qué hubiera sido de Extremadura sin la misma!), estaría en su pleno derecho de exigir una oficina como la del señor Ibarra, con sus sillones de lujo, sus lámparas, su media docena de coches oficiales (eso dice Martín Tamayo, que suele estar bien informado, ‘ibarrólogo’ que es), su secretaria y todo eso que se cuenta. A no ser que el señor Vara le pidiese a Ibarra el favor de que le permitiese compartir la oficina, cosa bastante improbable, dadas las estrecheces del local: 300 metros cuadrados de nada. Sigamos. Imagine usted que IU se decanta por el señor Monago, y que, luego de su paso por la presidencia, dentro de cuatro años, es derrotado en las urnas. Marchando otra oficina de 300 metros, con sus sillones, sus lámparas, sus coches, su secretaria. En este último caso, no veo yo a don José Antonio pidiendo a sus predecesores (antecesores dicen los analfabetos, como si en Atapuerca hubieran existido oficinas de expresidentes) un rinconcito en la oficina ‘socialista’. Y así cada cuatro años. ¿Con que exageraciones mías, eh?

   Los pepinos. Tres días llevaba, la adrenalina a borbotones (me jugaba la beca), esperando a que me llamasen para examinarme, oral, de microbiología, durísima asignatura, Salamanca, 1974. Por delante de mí (‘delante mía’ dicen los tarados sintácticos), fueron desfilando cadáveres y más cadáveres, salpicados de algún que otro superviviente. Cuando escuché mi nombre, “sentí que las campanas del pasado repicaban a duelo” (Príncipe de Asturias para Sabina, ya), y nada más sentarme ante el jurado, el corazón en las sienes, el primer disparo: “Serotipos patógenos de Escherichia Coli”. ¿Les suena de algo, verdad?

  Pues bien, lo que yo quería decirles, en realidad, son dos cosas. Una: que con los esfuerzos que cuesta hacer la carrera de medicina (y otras, por supuesto), soy incapaz de tragarme que cualquier tuercebotas, por el hecho de arrimarse a un partido, gane un jornal mucho más grande que el mío y encima con coche oficial. Pa matarlos (a los que lo propician). Y dos: la tranquilidad que me produjo escuchar a la ministra de Sanidad afirmando que los pepinos españoles son inocentes. Es que no todos los nombramientos de Zapatero van a ser de gente analfabeta. Al menos esta señora es Catedrática de Microbiología. Por eso habló con esa autoridad de los serotipos patógenos de E. Coli.  

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