La fecundación, o sea, la unión del óvulo y el espermatozoide, se produce en el tercio medio de la trompa, y desde allí, al cabo de unos días, el embrión así formado desciende hacia el útero, donde anida, nos dijo el profesor de tocoginecología, me acuerdo como si fuera hoy, Salamanca, años setenta, siglo XX. Por múltiples y variadas causas, en algunas mujeres, la fusión entre dichas células no llega a realizarse, con lo cual, ya tenemos a la mujer condenada a la esterilidad de por vida. Ante dicha tesitura, a alguien se le ocurrió la siguiente y genial idea: ¿Y por qué no hacemos la fecundación en el laboratorio y luego implantamos el embrión directamente en el útero? Dicho y hecho. Fecundación in vitro le llamaron. Pues bien, a esa sencilla intervención, que ha librado a miles de mujeres de una condena bíblica, un señor obispo, el de Córdoba, acaba de llamarle “aquelarre químico de laboratorio”, añadiendo a continuación que los niños tienen derecho a nacer del a...
Artículos de opinión publicados por Agapito Gómez Villa